sábado, 8 de mayo de 2010

CLASE TRONCAL (MAÑANAS): Resumen de la clase del miércoles 5 de mayo de 2010



El conocimiento sensible que la estética propugna está cuestionado así como la veracidad de sus logros. La estética pretende, al igual que las ciencias (humanas, matemáticas, biológicas, etc.), descubrir la "realidad" del mundo, en qué consiste.
Sin embargo, en vez de proceder a través de experimentos, siempre repetibles y demostrables, basándose en un método probable, en el que la percepción sensible y los sentimientos apenas entran en consideración o deben de ser siempre controlados, la estética afirma que podemos llegar a descubrir la verdad, los secretos, lo que constituye el mundo que nos rodea (personas, enseres, paisajes, etc.) y nosotros mismos a través de la sola percepción sensorial, que nos aporta, a través de las imágenes captadas, datos fundamentales sobre lo que es lo que percibimos.

Mas, los sentidos, engañan. Supongo que todos hemos tenido la experiencia de estar convencidos que llueve, gracias a lo que oímos, cuando, en verdad, luce el sol; de estar convencidos que una persona conocida está a cierta distancia de nosotros pero, cuando nos acercamos, descubrimos, a veces en el último momento, que no es ella: la vista, en este caso, como el oído, en el anterior, nos ha confundido, "engañado".
A este problema, Proust replicó que los sentidos sí son fiables; es la razón la que no lo es. En tanto que seres activos, necesitamos tener un buen conocimiento de lo que ocurre alrededor nuestro para poder actuar, movernos, etc. La razón, entonces, se fija o registra, como un sismógrafo, alteraciones bruscas en las sensaciones que denotan que algo ocurre, algún cambio importante acontece al que tengo que prestar atención. Mas, si la percepción no capta más o menos siempre lo mismo, pronto la razón "desconecta", entra "en modo aletargado", y las sensaciones son almacenadas sin más en la memoria. No nos damos cuenta, sin embargo, que, en ocasiones, son los cambios imperceptibles los que registran, como signos casi invisibles o temblores que casi no sentimos, lo que va a ocurrir, los que aportan pistas que deben seguirse. Por tanto, las sensaciones (correctas, bien relacionadas con lo que las ha producido, como si emanaran directamente del entorno, como señales que el entorno envía y lois swentidos captan) que la razón registra son insuficientes o están mal interpretadas. Los sentidos sí son eficaces a la hora de captar lo que ocurre; es la razón, somos nosotros, los que no les prestamos la debida atención. Ello ocurre porque si estuviéramos constantemente pendiente de las señales que nuuestros sentidos captan, no haríamos nada más. Tendríamos una vida enteramente contemplativa -la de monjes, pensadores, artistas, personas retiradas del mundo activo.

Borges, al igual que Proust, sostiene que existen unas personas capaces de estar siempre atentas al mundo (o a ellas mismas). Estas personas, particularmente "sensibles", son los poetas y los artistas en general, mal dotados, en cambio, para la vida activa o práctica (estan en las nubes, en Babia, no tocan de pies a tierra, se dice, "fan volar coloms", etc.).
Además, de este don o capacidad, tienen, a veces, el talento necesario, innato o cultivado, para plasmar sus "visiones" en obras de arte, que nos muestran, así, lo que han descubierto acerca de lo que les envuelve o les ocurre. Y estos datos, estas visiones, fugazmentre captadas y debidamente fijadas en un soporte material, son instantáneas que revelan aspectos desconocidos pero memorables, dignos de ser observados y recordados, sobre el mundo o nosotros.

La estética sería, entonces, un método de conocimiento certero, distinto del científico, pero tanto o más eficaz para registrar y exponer parcelas ocultas, desconocidas y reveladoras de nuestro entorno o de nosotros mísmos.
La estética podría captar lo que escapa al escrutinio de la ciencia convencional: el impacto que el mundo tiene sobre nosotros, las relaciones afectivas o sentimentales que establecemos con el mundo (nuestra casa o nuestro espacio, por ejemplo), las proyecciones, las relaciones de simpatía u odio que se forzan entre nosotros y el mundo. Estas imágenes sensibles revelarían tanto verdades como puños acerca del mundo como de nosotros, de nuestro modo de relacionarnos o proyectarnos en el mundo.

Mas, ¿qué es la verdad aquí tratada?

Si existe un concepto sobre el que es difícil llegar a un acuerdo, este es el de la verdad. Tantas verdades existen, se dice, cuantos observadores u opiniones se vierten.
Para llegar a saber entonces de qué estamos hablando, quizá se pudiera pensar en lo opuesto a la verdad a fin de, por contraste, ceñir mejor lo que perseguimos: la verdad del mundo o de nosotros, perseguida a través del conocimieto sensible (de la realidad o de una obra de arte), de la estética o la teoría del arte. Qué significa, de verdad, lo que observo alrededor mío, ya sea en la realidad o en una obra de arte, qué me revela de significativo, qué descubro que no sea un engaño.

Mentira y verdad se suelen oponer. A una persona de quien se espera que cuenta la cerdad se le pide que no mientas más. Sin embargo, ya Platón observó -y los mitos estaban allí para corroborar su comentario- que la verdad no siempre es beneficiosa (la fecha de la muerte, o una muerte ineludible, al igual que una ruptura, no es algo que todo el mundo quiera saber) y que la mentira, bajo la forma de un cuento o un engaño, suaviza los aspectos más hirientes de la verdad haciendo que su descubrimiento, siempre velado, o entrevisto, sea más soportable. Por otra parte, la búsqueda de la verdad requiere a veces el uso de la mentira, de pistas falsas que tienen como fin llevar a lo que o a quien se persigue (para que cuente lo que sabe), a que se contradiga y revele, de modo involuntario, lo que se niega a confesar. Este método, policíaco o detectivesco, muestra que la mentira puede ser una aliada de la verdad, "dorando la píldora" o sorteando las defensas que la verdad erige.

Si la verdad no se opone a la mentira, ¿cual sería el concepto antitético?

Verdad, en la Grecia antigua -y la verdad, en Occidente, es un concepto que la filosofía griega estudió con más ahinco-, se decía aletheia. Sustantivo que nos puede parecer extraño o incomprensible, pero que una observación detenida revela que la letra inicial "a" puede ser la particula negativa que aún utilizamos en algunas lenguas latinas modernas. Si así fuera, aletheia significaría ausencia de letheia.
Letheia derivaba del sustantivo Lethe, un nombre propio y común. Era, por ejemplo, el nombre de uno de los cuatro ríos del infierno que trazaba una frontera entre el reino de los vivos y el de los muertos, y constituía una barrera eficaz que impedía que los muertos retornaran a la vida. Ya que, en efecto, el río Leteo era el río del olvido cuyas aguas las almas en pena, que descendían al infierno tras la muerte de un ser vivo, estaban obligadas a beber a fin de que cualquier recuerdo que tuvieran de su vida pasada y necesariamente más agradable que la que les esperaba en el reino de las sombra se borrara. Así, las almas, incapaces de recordar nada no tratarían de buscar el camino de retorno a la vida.
Lethe -y de ahí, letargo y letal, lo que asocia el olvido con el sueño y la muerte (quienes padecen Alzeihmer son, en efecto, casi muertos en vida, incapaces de valerse por sí mismos)- era el olvido.
Aletheia, por tanto, significaba falta o ausencia de olvido -no-olvido.
La verdad, entonces, era lo que no se olvidaba o lo que luchaba contra el olvido.
La estética (el conocimiento a través de los sentidos) que busca la verdad de lo que observa y que, posteriormente, será plasmada, si el observador tiene talento artístico, en una obra, busca hallar y fijar imágenes memorables de lo que nos rodea; Gracias a éstas, el recuerdo vivo del mundo perdura. Los poetas y los artistas son quienes tienen la capacidad de recordar más y mejor y de fijar sus recuerdos en obras de arte que guardan y revelan, para siempre, aspectos de una realidad que habría desaparecido, engullida por el tiempo (el olvido) si no hubieran quedado registradas en la materia, en la materialidad de una obra.

Conocer estéticamente el mundo es hallar aspectos del mundo digno de ser recordados -porque dicen la verdad sobre lo que nos rodea, o sobre nosotros mismos.-; hacer arte, es plasmar estas impresiones memorables; y teorizar sobre el arte consiste en buscar estos significados verdaderos, hallados en las formas sensibles, que el artista ha plasmado a través de las formas y las materias más adecuadas.

Así, el arte es un vehículo eficaz contra el olvido y la muerte. De algún modo, se trata de un método de probada eficacia. Los restos de cualquier figura del pasado se han desvanecido y son irrecuperables; pero su recuerdo, los rasgos que informan cómo era esta persona o este lugar, sí perviven en la obra de arte (en el mito, el cuento, la novela, la obra de teatro, la pintura, la fotografía, el cine o el documental, la estatua o la arquitectura; incluso la música). Sabemos cómo éramos gracias al arte. Un método valioso para luchar nuestra humana condición, nuestra condición mortal; un método certero para alcanzar la inmortalidad, algo que el arte siempre pretende. Quizá no seamos capaces de recordar cómo éramos hace años (salvo por las fotografías y filmaciones que nos hayan podido hacer), pero ¿quien no recuerda el rostro de Alejandro -o de la Mona Lisa- y la determinación o la seguridad que los embargaba -gracias a los innumerables bustos que han rescatado su efigie del tiempo, o gracias a una única, e imperecedera, pintura?

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