viernes, 21 de mayo de 2010

ASIGNATURA OPTATIVA: Resumen de la última clase, del 18 de mayo de 2010


Mosáico romano, situadoi en la entrada de una villa para protegerla de la entrada de los "malos espíritus".

Moneda con la imagen de Apolo (el arco al lado) sentado sobre el ónfalo: el ombligo del mundo, una piedra tronco-cónica que se hallaba en el centro del santuario de Apolo en Delfos (nombre que significa matriz)


I.-

La posible relación entre la arquitectura y la ciudad, y la disposición de los astros, ha dado lugar a demasiadas especulaciones esotéricas y a no pocos búsquedas de conexiones forzadas cuando no inventadas (sobre todo en el Egipto faraónico).

Sin embargo, es un hecho incuestionable que las divinidades (mesopotámicas, griegas, romanas y, en general, cualquier divinidad de cualquier época y cultura) son invisibles, y se muestran a través de formas materiales en las que se insertan o utilizan a modo de máscara (en el Cristianismo, la relación entre lo invisible y lo visible se hará más estrecha, ya que la divinidad se convertirá en un mortal).
Estas formas solían ser de tres tipos: cuerpos siderales (estrellas, planetas, constelaciones); hitos naturales terrenales (como las cumbres de las montañas, donde solían residir las divinidades, o a través de las cuales se mostraban, siendo entonces las montañas los cuerpos terrenales de las potencias celestiales); y formas artificiales (templos -considerados tanto como moradas divinas cuanto cuerpos divinos- y estatuas de culto).

Por este motivo, tenía que existir una relación entre estos tipos de apariciones: los templos solían estar orientados hacia los hitos naturales en los que la divinidad se manifestaba, y la planta del templo o del recinto sagrado (compuesto de santuarios, edificios de servicio, tales como moradas para los sacerdotes, tesores, etc., altares y ofrendas votivas distribuidas alrededor de los edificios) reproducía a menudo la planta del cielo en día de la fundación del santuario, que solía coincidir con el día en el que el cuerpo sideral asociado a la divinidad brillaba más, se hallaba más alto en el cielo, se mostraba, como cada año, por primera vez sobre el horizonte, o desaparecía hasta el siguiente año. La posición de los astros más importantes del cielo en una fecha determinada, o de aquéllos directamente relacionados con la divinidad, podían indicar las posiciones respectivas de los edificios y altares del recinto sagrado, así como su orientación en el terreno.
De todos modos, dado que los santuarios se ampliaban con los años, los parecidos entre las plantas del cielo y del santuario tienen siempre que ser considerados con cierto cuidado. Pueden ser casuales, al menos en ocasiones en Grecia (no así en las culturas maya e hindú, por ejemplo).

El templo de Enki, el dios mesopotámico de la arquitectura, suspendido sobre las aguas primordiales, cerca de la ciudad de Eridú, estaba dispuesto, según un mito, entre dos constelaciones: el Campo y el Carro.

La primera (conocida hoy por Pegaso), dibuja, en efecto un rectángulo sobre el horizonte. Su aparición anual, a finales de febrero, anuncia el año nuevo mesopotámico y el inicio del periodo de las lluvias.
La relación con las aguas no es casual. Dicha constelación se halla a los pies de dos otros: Piscis y Acuario, que brotan de una cuarta que, en Mesopotamia, se asociaba a Enki/Ea.

Por tanto, el templo de Enki (el templo real, y no solo el mítico), observado, sin duda, desde un determinado punto, debía apuntar hacia un punto del horizonte donde se esperaba que emergiera esta constelación. No solo señalaba, sino que favorecía o activaba y, desde luego, garantizaba la anual reaparición de la constelación del Campo, la renovación del mundo y la llegada de las aguas que fertilizaban la tierra (y purificaban el mundo).

La constalación del Carro es comúnmente conocida como la Osa Mayor, si bien aún hoy algunas culturas prefieren ver un oso (un animal considerado el emblema de los dioses superiores: en efecto, oso, en griego, se decía arthos, una palabra con la misma raiz que arkhos, que se traduce por jefe) y no un carro en el dibujo que une determinadas estrellas.
Esta constelación presenta algunas características: no desaparece nunca del cielo. Sus brazos dibujan una cruz gamada en el cielo que apunta hacia las cuatro direcciones del espacio y, por tanto, lo organizan.
Por otra parte, incluye la estrella más brillante (que, en aquella época, no era la estrella polar -que, de todos modos, se halla cerca de la Osa mayor).

El Carro se asociaba a Venus (un cuerpo sideral situado, en ocasiones "debajo" de la constelación, es decir, para los mesopotámicos, "delante" -si consideramos que esta constelación "avanza" en dirección vertical-). El planeta que hoy llamamos Venus recibía el nombre de la diosa mesopotámica Ishtar -o Inanna-, equivalente a Venus. Ishtar era una diosa de la creación y la destrucción. Se asociaba a las aguas. Mandaba sobre las compuertas del cielo. Regaba, fertilizaba los campos.
El Carro estaba conducido por el dios Ninurta: una divinidad guerrera y agraria, dios de los cultivos. Perseguía y se enfrentaba a una constelación próxima: el Dragón (aún hoy situada cerca de la Osa Mayor).
Un dragón, en el imaginario antiguo (mesopotámico, griego, chino, etc.) es un animal fabuloso ligado a las aguas, a causa de sus relucientes escamas. La lucha entre Ninurta y el Dragón (motivo que se repite en el enfrentamiento entre Jorge -una figura mítica, sin base real- y el Dragón) concluía con el desmembramiento de la bestia, cuya sangre y cuyas lágrimas regaban la tierra.

Por tanto, el santuario de Enki garantizaba la renovación cíclica de la vida, y activaba la renovación de la tierra. Actuaba como un mecanismo que impedía que la sequía y la muerte afectaran a los seres humanos.

Por otra parte, dado que la planta de cualquier santuario era siempre descrita como intrincada, "laberíntica", y dado que, en Grecia, el laberinto fue una trampa con la que se consiguió detener y encerrar al monstruoso Minotauro, ávido de carne humana, las plantas de los santuarios mesopotámicos, que se comparaban con una red tendida sobre el territorio, ayudaban a inmovilizar a cuantas fuerzas nefastas trataran de hacer daño.

De este modo, el santuario de Enki -y de cualquier divinidad, siempre basado en el prototipo que Enki proyectó y construyó- era un conjunto que, por un lado, facilitaba el correcto funcionamiento del ciclo vital, y por otro, protegía las ciudades y los campos de todos los peligros.

En este sentido, Enki, el dios-arquitecto, de nuevo actuaba en favor de la vida en la tierra.


Fin del apartado sobre el imaginario arquitectónico mesopotámico

II.-

EL IMAGINARIO ARQUITECTÓNICO EN LA GRECIA ANTIGUA: APOLO Y LA ARQUITECTURA

Érase un dios no deseado. Su padre era el dios de los cielos (Zeus), mas su madre (Leto, una divinidad ancestral) no era su legítima consorte (Hera), por lo que ésta, despechada, advirtío al orbe entero que se cuidara mucho de acoger a Leto cuando los dolores del parto se volvieran insoportables y tuviera que dar a luz en un remoto lugar, a escondidas de Hera.

La hora llegó; y ningún paraje, pese a las simpatías que pudiera sentir por Leto, se atrevía a enfrentarse al duro aviso de la diosa esposa de Zeus. Por fin, tras mucho suplicar, cuando la diosa ya no podía seguir su errático viaje, una diminuta isla, apartada de todo, osó prestarse para que Leto alumbrara a sus hijos -unos gemelos-.

Esta isla se llamaba Ortigia: la Codorniz. Antes, era conocida como Asteria (Estrella), ya que, en efecto, Asteria era un astro reluciente que sedujo a Zeus, y se convirtió en una codorniz (un ave migratoria de rápido vuelo, asociada al sol que despunta) para escapar al asedio, infructuosamente, por lo que acabó por precipitarse al mar.
Convertida en un islote, éste no estaba anclado en las profundidades. Se trataba de una roca errante, sin rumbo fijo, sin lugar donde demorarse y asentarse, a merced de las olas. Por otra parte, carecía de cualquier atractivo: no poseía tierras fértiles y solo los pescadores y los marineros (ejemplos de seres errantes que van de puerto en puerto y pasan la vida en el mar, símbolo del espacio de los muertos -debido a sus moradores, fríos, mudos y escurridizos como almas en pena: los peces-). Ningún poblado se había asentado permanentemente en ella.
¿Qué más podía ocurrirle? Sus desdichas eran tales que Ortigia nada ya temía: aceptó acoger a Leto quien, además, era su hermana, y estaba padeciendo lo que ella ya había sufrido.

En cuanto Apolo y Ártemis nacieron, lo primero que hizo Apolo fue fijar a la isla, enraizarla -y dotarla de un nuevo nombre: Delos, que significa la Brillante-. De ser un canto rodante, Delos se convirtió en la primera de las Cícladas, encabezando la procesión de "las islas que se disponen en círculo". Finalmente, la dotó de un coro: un espacio central, algo así como una plaza pública situada a las puertas de la ciudad (el origen de los mercados medievales donde los humanos intercambian bienes), en el que, antiguamente, concluían los ritos fundacionales con un baile, practicado por jóvenes, de intrincados pasos, que dibujaban un laberinto en el albero, con el que se trataba de proteger a la recién fundada urbe, ya que los malos espíritus se enredarían en los arabescos inscritos en el suelo. De ahí que los romanos dispusieran un mosáico con la planta de un laberinto en el umbral de las viviendas, y que algunas catedrales góticas inscribieran un laberinto en el inicio de la nave, para atrapar a las fuerzas que quisieran dañar a los peregrinos que emprendían la procesión, por toda la nave catedralicia, hacia el altar.

Leto no cuidó a sus hijos. Fue la diosa Temis la que amamantó a Apolo. Temis era una diosa ancestral. Fue la segunda esposa de Zeus. Su nombre significaba Ley.
En efecto, themis era la ley divina, a la que todos, los dioses incluso, estaban sometidos. Era indiscutible. Se distinguía de nomos, la ley humana, siempre mejorable. Ley que se traducía espacialmente. En efecto, de nomos nace la norma romana. Término que no significa lo que hoy norma quiere decir, sino que denominaba a la escuadra: unos de los dos atributos del arquitecto, junto con el compás.

Los sustantivos themis y themelia están relacionados. Éste último es un término técnico: denomina los cimientos de un edificio, que aseguran su estabilidad, su permanencia, su "recta" presencia, como la ley vela por la cor-recta ejecución de las acciones humanas, y la rectitud de las decisiones. La ley y los fundamentos son parangonables: ambos asientan a las comunidades y las convierten en espacios de convivencia, donde las relaciones, tanto entre edificios cuanto entre ciudadanos, están reguladas.

Con semejante alimentación, no era extraño que Apolo se impusiera como un dios arquitecto.

Su mismo nacimiento ya lo predestinaba a esta tarea. Los mitos, las leyendas y los cuentos narran que los dioses y los héroes civilizadores y fundadores eran conflictivos, precisamente porque reordenaban el mundo y las relaciones entre los seres y las formas. Un oráculo advertía siempre sobre un nacimiento conflictivo y aconsejaba que éste no llegara a producirse (si se quería que nada cambiara). Así que los padres trataban de eliminar al recién nacido, encargando a un soldado que solucionara el problema. Mas éste no se atrevía a cometer un crimen. Y, por tanto, "exponía" al bebé: es decír, lo depositaba fuera del seguro espacio urbano, en medio del bosque, o lo entregaba a las aguas embravecidas del mar o de un río caudaloso (como el Nilo, en cuyas aguas fue Moisés abandonado, o el Tiber, que acogió a un moisés en el que Rómulo y Remo fueron encerrados) a fin de que fueran éstas las que "solucionaran el problema".
Mas, se trataba de seres predestinados. Expuestos a toda clase de peligros, sobrevivían. La naturaleza indómita (la selva, las aguas) los protegía (y se sometía a ellos); y alimañas (como una loba) o seres que no eran su madre (como Temis) los alimentaban, permitiéndoles sobrevivir pero, al misnmo tiempo, dotándoles de unas características que los convertían en seres singulares, cuidados y alimentados de un modo muy distinto al resto de los seres vivos.

Apenas hubo cumplido cinco días, Apolo levantó un altar, sobre sólidos cimientos, en honor a su madre Zeus, con las cornamentas de ciervos que su hermana gemela Ártemis (Diana "la cazadora", en Roma) le entregó.
Luego, cruzó el anchuroso ponto y llegó hasta el continente.

Estamos en los inicios de la creación. Los hombres aún no han nacido. La tierra está cubierta por una selva impenetrable. No hay caminos transitables. Es imposible orientarse. Por doquier se extiende la maleza.
Armado con un cuchillo, y blandiendo el arco, cuyas flechas apuntaban en la correcta dirección, Apolo fue abríendose paso. Trazó las primeras vías. A continuación, los primeros pobladores podrán desplazarse sin perderse. Caminó hacia las cuatro direcciones del espacio, de sur a norte y de este a oeste. A medida que se desplazaba, el mundo se organizaba.

Por fin llegó hasta el centro del mundo. Allí decidió asentarse y erigirse un santuario. Se trataba de un paraje indómito, a los pies del Parnaso. Un lugar caracterizado por la abundancia de agua. Mas las fuentes ya tenían un dueño: un ser divino afin a ellas. Una sierpe descomunal llamada Pitón que tenía una hija, también ern forma de dragón, denominada Delfine.
Delfos -tal era el nombre del paraje- significa matriz. Se trataba de un lugar semejante al Abzu sumerio: el espacio de los inicios, fuente de vida. La serpiente que allí moraba se asemejaba a Abzu, precisamente, el dragón monstruoso de las aguas dulces que reinaba en las aguas de los inicios en Sumer, también llamadas, Abzu.
El enfrentamiento era inevitable. Por otra parte, repetía enfrentamientos anteriores entre potencias ordenadoras y fuerzas primigenias, entre la ley y la materia. Tras los combates entre Zeus y Tifón, que removieron el universo hasta sus cimientos, Apolo, a imitación de su padre Zeus, se encarnizó con la Sierpe de Delfos., Lucha incierta, que acabó con la derrota del animal, troceado y enterrado bajo el santuario de Apolo. Sacrificado para que el santuario, el primer espacio ordenado del mundo, fuera fundado.

Apolo podía hacerse con el control de las aguas. Y ya podía erigirse un templo, estableciendo sólidamente sus themelia (los cimientos). En el centro dispuso el ónfalo: literalmente, el ombligo del mundo, el proeminente ombligo de la diosa-madre, la tierra, grávida, dispuesta a dar a luz a la vida. Sobre el onfalo dispondría un trípode que sostenía un caldero en el que prendería un fuego eterno a los cuidados de Hestia, la diosa del hogar.

De este modo, el templo de Apolo, en la matriz primordial de Delfos, se convertía en el prototipo de cualquier lugar: un centro del mundo, en el que la ley imperaría.

Una vez finalizada la fundación del templo, Apolo podía volver a recorrer el mundo, recorriendo por tierra, mar (convertido en un delfín) y aire, sabiendo que siempre podía regresar, como dios del orden y la luz, cuando la primavera despuntaba, a su verdadero hogar: Delfos.

Relato basado en el "himno homérico a Apolo" (véase el texto en una entrada anterior) y en dos himnos del poeta helenístico Calímaco, bibliotecario de Alejandría (s. III aC): el "himno a Delos", y el "himno a Apolo" (que se hallan en las obras completas, en un pequeño volumen, de este poeta)

FIN DE LAS CLASES DE LA ASIGNATURA OPTATIVA SOBRE EL IMAGINARIO ARQUITECTÓNICO EN LA ANTIGÜEDAD

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