domingo, 11 de abril de 2010

Asignatura optativa: resumen de la clase del 6 de abril de 2010

En las clases anteriores comentamos la figura y la obra de uno de los patronos (o santos protectores) de la arquitectura más conocidos, aún vigente: el apóstol Tomás -cuyos datos aparecen en un texto del s. III dC, las Actas de Tomás, recopilación medieval de hechos maravillosos referidos a figuras, reales o imaginarias, de la iglesia cristiana: La leyenda dorada, del monje Santiago de la Vorágine.

Tomás construyó un palacio en las nubes, lo que ha llevado a varios estudiosos a escribir sarcásticos comentarios sobre la adopción por parte de los constructores de un protector semejante, cuya obra era imposible o no se aguantaba.

Sin embargo, vimos que esta historia se basaba en un cuento popular oriental, persa, posiblemente (semejante a las fábulas de Las mil y una noches), de las que existen dos variantes y varios ejemplos. en cada caso.


1.- El palacio aéreo:



La historia del vizir Ahikar (un cuento oriental del s. VI aC, al menos), y la vida de Esopo (del s. II dC, que cuenta las andanzas y obras del imaginario padre de las fábulas occidentales, a quien se atribuían toda y serie de relatos anónimos griegos y orientales) narran lo mismo: una historia cuya moraleja es la agudeza del creador.

Ahikar, o Esopo, están al servicio de un rey babilónico. Éste se ve presionado por un faraón egipcio que le pone a prueba. Le pide que en poco tiempo construya una torre en los aires, so pena de ver cómo el reino de Babilonia pasa bajo el mando del faraón. No era la primera vez que el rey se veía sometido a semejante prueba. Pero hasta entonces, Esopo -o Ahikar-, su consejero, había sabido hallar una solución a un problema irresoluble, a un acertijo.

Sin embargo, el consejero había desaparecido. Denunciado por su sobrino (los creadores no tienen descendencia directa, son únicos), envidioso de su ingenio, por traidor, había sido apresado y ejecutado.

Es entonces cuando el verdugo confiesa que había desobedecido la orden: el consejero seguía vivo, pero preso. El rey de Babilonia lo manda liberar al momento, y le suplica le resuelva el conflicto planteado.

Para el consejero se trata de un problema sencillo. Éste está familiarizado con la oscuridad. Su mismo físico, como el nombre lo denota, le aparta del común de los mortales, y le obliga a ser un marginal (Esopo significa El que no tiene pies iguales -a + iso + pos-, es decir, el Cojo, una deficiencia física común a todos los creadores, en el imaginario de todas las culturas). Por tanto, es capaz de ver donde nadie puede ver. La falta de luz no le impide alumbrar una solución, echar luz sobre un problema intrincado, hallando la vía de acceso, la manera de abordar el problema y su solución. Disuelve el conflicto. Desenreda la enrevesada cuestión planteada: construir en el aire.

A partir de entonces, de nuevo, se pone a prueba la inventida del consejero. Halla una solución ingeniosa: manda que niños y enanos aprendar a volar sobre águilas adiestradas; una vez en el aire, capaces de trabajar, solo hace falta que el faraón proporcione el material y lo envíe a las alturas, algo que no puede llevar a cabo: ningún pájaro es capaz de transportar los hercúleos bloques de piedra necesarios. Nuevamente, el rey de Babilonia sale victorioso del embite.

La construcción celestial es una prueba de ingenio. Manifiesta la capacidad inventiva del consejero, del creador, capaz de emprender lo que nadie ha podido levantar.

2.- El palacio interior


Este tipo de edificio, situado donde nadie se lo espera, y que aparece como una imagen del ilimitado talento del creador -admirado y tomado como modelo y patrón- presenta una variante sustanciosa.

Platón fue el primer autor quien describió una ciudad ideal en su diálogo La Républica, una estructura geométrica perfecta, compuesta por tres anillos concéntricos dispuestos alrededor de un centro más elevado, el acrópolis en el que moran los dioses, a cuyo alrededor se disponen los gobernantes, los militares y los artesanos, los tres estamentos que conforman la ciudad ideal y que, en función de su rango, se disponen más o menos cerca del centro religioso.

Para Platón, la ciudad ideal era una imagen del alma, concebida como una plaza fuerte, en la que las distintas facultades del alma se ponían al servicio del órgano central, la razón, en contacto permanentre con el Uno (la divinidad platónica).

Esta estructura metafórica tuvo un gran divulgación (sin duda gracias a las conquistas orientales de Alejandro).

Fue recogida por la mística de las tres religiones monoteístas, cuyos textos tardíos manifiestan una fuerte influencia platónica o neoplatónica, aunque la creencia en la existencia de moradas celestiales ya estaba presente en todas las religiones paganas. Pensemos que los dioses siempre viven en deslkumbrantes moradas aéreas o situadas en lo alto de las cumbres (el Olimpo, en Grecia, por ejemplo).

Sin embargo, estas estructuras, gracias al platonismo, se dotaron de un simbolismo moral.


Así, el Tercer libro de Enoch (un texto hebreo del s. III dC, atribuido a un patriarca antediluviano), describe la ascención de Enoch, raptado por Yavhé. A medida que se aleja de la tierra, del mundo material, la luz se acrecienta hasta que llega a las puertas de una serie de siete palacios celestiales, construidos con materiales preciosos, que tiene que atravesar -después de haber hallado las puertas de acceso, siempre escondidas, y de haber encontrado el camino en la intrincada planta de cada palacio- hasta llegar hasta la séptima y última morada, ocupada por Yavhé, la fuente de toda luz.

Este viaje es mental. Se lleva a cabo en el espacio (cuando el alma extasiada sale del cuerpo), pero también en el interior del patriarca. Es un viaje exterior e interior. Enoch se adentra en si mismo hacia Dios, y este viaje se ve puesto a prueba por la existencia de barreras, los palacios deslumbrantes, que le ciegan, poniendo a prueba sus luces, su inteligencia y la pureza de su espíritu.


La místicas cristiana e islámica desarrollaron esta imagen: así el místico sufí Al-Nuri, en un célebre texto extático, Castillo de los corazones, escrito en Bagdad en el s. VIII dC, y divulgado por todo el "imperio" árabe, describe su alma como un conjunto de siete palacios concéntricos que deben ser recorridos durante un ejercicio de introspección cuando el alma se vuelca hacia sí misma en busca de Dios, quien ya no se halla fuera, sino dentro del ser humano.



Este corto texto influyó decisivamente en las célebres Casillos o Moradas interiores de Teresa de Jesús (s. XVI): el alma, de nuevo, se presenta como un conjunto de fortalezas que deben ser superadas cuando Dios llama al espíritu. Son fuertes impenetrables que constituyen barreras que deben de ser sorteadas, superadas, a fin de que se manifieste, no solo o no tanto el ingenio del hombre, su agudeza, sino su pureza, su inteligencia no contaminada.



De este modo, el simbolismo del palacio celestial de Tomás se enriquece. No solo es una manifestación del talento del patrón de los arquitectos -un acto de soberbia inútil, podríamos pensar- sino que dicha construcción, a la que solo llegan las almas inmortales (libres del peso mortal de la materia y las faltas), ofrece un abrigo seguro y eterno al alma, simbolizando la eternidad o inmortalidad del alma, ya que proporciona la verdadera vida, la vida eterna.


Así, la imagen de la arquitecturea que se desprende de la fabula de Tomás y el rey de la India, es la de una construcción en defensa de la vida (para siempre, en este caso).


La arquitectura es presentada como un medio gracias al cual los humanos logran protegerse de las inclemencias y los enemigos que acechan su vida.

Las mismas tumbas también proporcionan un abrigo seguro para lo que queda del hombre, su espíritu.

La arquitectura y la ciudad son mecanismos que actúan en favor de la vida; son techos protectores contra los envites de la suerte y de la muerte, mecanisnmos gracias a los cuales los humanos se componen un abrigo que se interpone a la muerte -que ellos mismos, en su desafío a la creación divina, han despertado de su letargo.


Nota: recordar que en una entrada anterior se proporcionó una antología de los textos citados (salvo La República)

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