domingo, 1 de mayo de 2011

Amos Gitai (Haifa -Israel-, 1950): News from House/News from Home (fragmentos, 2006)

















Amos Gitai es un cineasta y arquitecto israelí, hijo de Munio Weinraub, uno de los arquitectos de origen alemán que construyó la ciudad racionalista de Tel Aviv, y que ha realizado numerosos documentales sobre la relación de los habitantes, desplazados, exiliados, expulsados, palestinos e israelíes, de sus casas. Destacan House (1980) , A House in Jerusalem (1998) y News From House/News from Home (2006), centradas en las reacciones de palestinos expulsados de sus hogares en Jerusalén ante la ocupación de los mismos por parte de israelitas (expulsados de sus países de origen del Este de Europa).

Se trata de uno de los pocos arquitectos que da voz a las "casas" (a los habitantes), y no retrata solo las estructuras arquitectónicas antes de ser ocupadas, animadas, "deformadas" por la vida y el uso.

Véase la siguiente página web

sábado, 30 de abril de 2011

Asignatura troncal. Resumen de la clase del miércoles 27 de abril de 2011. Ciencia y Estética



Pablo Picasso, Retrato de Gertrude Stein, 1906 (Metropolitan Museum of Art, Nueva York)





Andy Warhol: Screen Tests (retratos filmados), 1964-1966

La realización del retrato de la escritora norteamericana Gertrude Stein por Pablo Picasso, en el París de 1906, fue una tortura. La modelo tuvo que posar más de un centenar de veces. Tras meses de trabajo, el cuerpo estaba bien pintado, mas no así el rostro, que Picasso rehacía una y otra vez.No lograba "captar" a su modelo -y, por tanto, no sabía qué ni cómo plasmar lo que buscaba pero no hallaba mediante el encuentro directo, la confrontación, el cara a cara con Gertrude Stein que se mostraba ante él. La imposibilidad de alcanzar una imagen que diera cuenta de la "verdadera" personalidad de la escritora llevó a Picasso a abandonar, irritado, la obra, regresar a Barcelona y refugiarse en el perdido pueblo de Gósol, en los Pirineos, a los que se llegaba en burro tras tres días de caminos estrechos al filo de un precipicio. Allí, Picasso descubrió el arte románico. De vuelta, se precipitó sobre el lienzo. No hizo falta que Gertrude Stein posara de nuevo. En unas pocas horas, el retrato había concluido. La faz estaba perfectamente fijada: reflejaba, según Picasso, lo que Gertrude Stein era -o se iba a ser. Hoy es, sin duda el retrato más célebre del siglo XX. Y a Gertrude Stein es imposible concebirla en ausencia de su "verdadero" retrato. 

Picasso buscaba lo que la apariencia de Gertrude Stein encerraba. Quería ir más allá de la máscara -sin dejar de atender a su apariencia. La cara tenía que reflejar o traducir lo que Gertrude Stein era "verdaderamente". Su personalidad, su "verdadero" ser tenía que mostrarse en su cara. Picasso tenía que lograr que Gertrude Stein revelara quien era (qué pensaba, cuales eran sus sentimientos, cómo era en "verdad") y tenía que ser capaz de cazar al vuelo dicha revelación y plasmar plásticamente su descubrimiento. Debía interpretar lo que la cara de la modela significaba -significación que no era palpable de buenas a primeras, pero que solo se podía desvelar de un golpe de vista, cuando Gertrude Stein so olvidara de sí misma y abandonara, por un momento, la pose (tras la que escondía su "verdadero" ser e impedía que éste fuera alcanzado). Picasso tenía que derribar una barrera hasta llegar al fondo, o, mejor dicho, tenía que lograr que el fondo ascendiera hasta la superficie y se dejara vislumbrar a través del rostro, como si éste, como se ha dicho tantas veces, fuera "el espejo del alma". Pues no se trataba de que Picasso no "guardara" o no "mantuviera" las apariencias -algo que dejó cuando inició el cubismo gracias al cual pretendía hacer saltar en mil pedazos el envoltorio de las cosas y las personas para descubrir qué eran: tentativa que acabó en un fracaso: en los cuadros cubistas no se "ve" o se "descubre" nada; todo lo que hubiera tenido que revelarse tenía que haber sido manifestado en la apariencia o superficie; hecha añicos, no quedaba nada-; se trataba que lograra que el rostro de Gertrude Stein manifestara, siquiera por un momento, quien era en "verdad".

Así que Picasso, al igual que cualquier buen retratista, independientemente del género artístico y de la técnica escogidos, buscaba lo que buscan todos los científicos: conocer "de verdad" qué son las cosas. Pero los científicos no confían en sus sentidos. Antes bien, tienen que olvidarse de cualquier impresión sensible; no pueden "mostrarse sensibles" ante lo que estudian; el objeto de estudio no puede emocionarles; dejará que la emoción, en todo caso, estalle una vez el experimento o estudio concluido satisfactoriamente. El científico mantiene la cabeza fría; se mantiene distante; observa, analiza con total objetividad, guardando las distancias, a fin de no implicarse "emocionalmente" y perder "de vista" los objetivos o fines. Lo que estudia no tiene que ser o significar nada para él. Pues entonces, posiblemente, no podría emprender las pruebas o los experimentos, quizá dolorosos o destructivos, necesarios. La apariencia del objeto o tema de estudio tampoco puede ser tenido en cuenta. Nada tiene que interponerse, nada tiene que desviarle del fin perseguido.
Por otra parte, una vez concluido el estudio, que tiene que aportar una solución a cualquier caso planteado -so pena de tener que repetir todo el experimento a fin de dar cabida a cualquier caso singular-, el experimento tiene que poder ser repetido indefinidamente dando lugar a unos resultados idénticos. El experimento o estudio tiene que ser verificable por cualquiera.
Un método de estudio muy distinto al que práctica el intérprete (artista o espectador). Pues la verdad, que persigue al igual que el científico, quizá solo se alcance una vez; algo, imperceptible, fugar y transitorio, de pronto nos dice lo que !hay" delante nuestro, lo que es o significa, el "verdadero" sentido de las cosas (artísticas o naturales). La sonrisa de la Mona Lisa que Leonardo captó y plasmó, sonrisa que para muchos descubre las profundidades, o las turbulencias del alma de la modelo, sobre la que tanto se ha descrito -se ha llegado a decir que la sonrisa de la Gioconda denotada que ésta estaba en posesión de la verdad del mundo, sabía todos los secretos del mundo y del hombres-, posiblemente solo afloró por un instante, que Leonardo logró obtener e interpretar tras meses de pose, como en el caso del retrato de Gertrude Stein.

Ya sabemos cómo se interpreta, cómo se descifra el mundo y el arte: a través de un contacto directo con él. Las emociones "verdadera" solo se alcanzan cuando intimamos con algo o alguien. Y es de este encuentro íntimo e insustituible cómo podemos saber cómo son las personas y las cosas que apreciamos -que nos interesas, atraen, turban o despiertan sensaciones placenteras o desagradables. A fin que algo a alguien nos "diga" algo, es imprescindible que "sintonicemos" con él; que lo percibamos. Por mucho que reflexionemos, o que soñemos, nada reemplaza la experiencia directa; y un primer golpe de vista, una primera impresión puede decir" mucho sobre algo o alguien; puede incluso "decirlo" todo; podemos saber qué o cómo es; qué significa, qué sentido tiene, y si "tiene sentido" que sigamos intimando; las emociones o impresiones sensibles son portadoras de conocimiento; nos ponen en alerta sobre lo que "verdaderamente" acontece ante nosotros.

Pero, entonces, siendo así que sabemos que solo podemos conocer "en profundidad" a través de las impresiones sensibles -un método opuesto al de la ciencia, que evita "sensiblerías", "emocionarse"-, cabe preguntarse qué se persigue; es decir que aporta o busca el conocimiento sensible, es decir la estética; cuando interpretamos una obra, una persona o una cosa, qué esperamos; qué queremos; qué buscamos encontrar.
una y otra vez, la palabra "verdad" ha aparecido. Picasso buscaba la "verdad" de Gertrude Stein. ¿Qué es la verdad? ¿Qué "significa" la verdad?

martes, 26 de abril de 2011

Jules Dassin: The Naked City (1948)









(falta parte 5/10. Si alguien la encuentra....)









lunes, 18 de abril de 2011

Alvin Curran: Hope Street Tunnel Blues (2007) (intérprete: Bruce Brubaker, pianista)

Asignatura troncal. Resumen de la clase del 12 de abril de 2011.

El conocimiento del arte pasa por su reconocimiento. La interpretación de una obra de arte requiere solo un contacto sensible, una confrontación con ella. No se puede juzgar ningún espectáculo, ninguna obra, sin haberla visto (o sentido) antes. De "oídas" no se puede valorar. El desciframiento del "misterio" que la obra encierra exige que nos "enfrentamos" a ella: nos pongamos ante ella y "veamos" qué dice u ofrece.

Todo conocimiento acerca de las "circunstancias" de la obra (autor, época, técnica, materiales, entorno cultural, etc.) ayudan -o son indispensables- para una correcta "valoración", para hallar el significo adecuado, o para otorgarle una significación que case" bien con la forma u apariencia de la obra. La obra dice: para escuchar, captar lo que nos comunica, tenemos que estar "a la escucha", receptivos, con todos los sentidos en alerta. En el caso de obras "performativas" que mueven imágenes, textos, música, etc. (un ballet, una obra de teatro, un concierto, una "performance"), cualquier dato sensible ayuda a "entender" mejor que es lo que la obra dice o puede decir.

Los sentidos son los órganos del conocimiento sensible o estética. Para teorizar hace falta sentir. El sentido se alcanza sintiendo. La sensibilidad  -la capacidad sensible- lleva al significado de la obra. La imagen sensible (textual, musical, plástica, olfativa, táctil) que nos llega o que alcanzamos nos da las pistas para descifrar la obra de arte.

¿Los sentidos, medios de conocimiento cierto? Hasta finales del siglo XVIII, esta afirmación era un sin-sentido. Solo la razón era capaz de descifrar los secretos de la creación (natural o artística). Los sentidos solo llevaban a engaño. Esta creencia, defendida en los textos de Platón, y del cristianismo, entre otros, implicaba la desvalorización del conocimiento a través de los sentidos. Mas, ¿cómo proceder de otra manera? Una obra de arte se ofrece a los sentidos: es un espectáculo que se manifiesta ante nuestros ojos (y nuestros sentidos, en general). Por tanto, su significación solo puede ser alcanzada tras haber tenido un contacto sensible con ella; o, mejor dicho, mientras mantengo este contacto. Una obra -una película, un concierto, una pintura, etc--, mientras es percibida, disfrutada, "da qué pensar". Y lo que da a pensar, lo que invita a pensar es el significado de la obra que la imagen, su apariencia o forma, su plasmación sensible expone.  Una obra comunica cuando se expone (a los sentidos de los espectadores, de sus "intérpretes").

Los ejemplos de errores supuestamente cometidos por los sentidos son innumerables. Los sentidos, se dice, engañan. No son de fiar. Llueve, sin duda; lo oigo perfectamente; miro por la ventana, y hace sol.
Sin embargo, el novelista francés Marcel Proust, a principios del siglo XX, sostenía, en su obra A la búsqueda del tiempo perdido, que los sentidos son órganos perfectamente capaces de captar o registrar todo lo que se manifiesta a nuestro alrededor; somos nosotros quienes somos incapaces de darnos cuenta de la riqueza y complejidad del mundo que los sentidos captan. No podemos percibirlo todo, aunque lo sintamos todo. La razón, que convierte una sensación pasiva en una percepción activa, solo se fija en cambios significativos en los registros sensoriales, ya que dichos cambios nos ponen en alerta y nos permiten movernos, orientarnos y actuar sin demasiados problemas. Unos pocos datos son suficientes para movernos por el mundo. Mas los datos que nos llegan son casi infinitivos. No podemos, empero, fijarnos en todos. Perderíamos mucho tiempo. Acabaríamos quietos, atentos a todo lo que les llega a los sentidos, o a todo lo que éstos captan. Ser´ñiamos incapaces de actuar, excesivamente fascinados, es decir, inmovilizados ante el "espectáculo del mundo". Por tanto, la razón opera solo con algunos datos sensibles. Es, por tanto, nuestra razón, y no los sentidos, la que nos lleva a equivocarnos sobre cuanto nos rodea. Quienes, sin embargo, son capaces de estar atentos al mundo son quienes han hecho de la observación un modo de vida. Quienes tienen "vista", "oído"; quienes son particularmente sensibles: los artistas o creadores, capaces no solo de sentir más y mejor que los demás, sino capaces de "interpretar" sus sensaciones, es decir, de traducirlas en una forma sensible. Lo que captan, los misterios que desvelan, los conocimientos que alcanzan son traducidos en una forma dispuesta para ser percibida y descifrada por nosotros.

La relación entre la razón y los sentidos, la cooperación entre éstos, que Proust plantea, no es nueva. Ya el filósofo Emmanuel Kant (s. XVIII) defendía el "libre juego" entre la razón y lo que llamaba la imaginación (considerada como el "lugar" donde se almacenan las sensaciones o imágenes obtenidas por los sentidos) de todo intérprete de la obra de arte (o de la naturaleza). De nuevo, la palabra "juego" es central. El arte es un juego, y la obra de arte es similar o idéntica a una práctica "lúdica" -entre una actuación (concierto, teatro, "performance", etc.) y un juego (deporte, mascarada, carnaval, etc.) no existe diferencia: se trata de actuar libremente, sin perseguir ningún fin concreto, si bien los resultados no son inútiles: los logros o beneficios del arte y del juego son considerables, desde la obtención de buenas sensaciones, la resolución de conflictos, hasta el descubrimientos de aspectos inéditos o desconocidos de personas, sociedades, comunidades; en el arte y en el juego, todo entra en juega; se juega, a veces, la suerte o el porvenir de un grupo; se echa a suertes el destino). Para Kant, la interpretación requiere también un juego. Éste pone en juego a la razón y a los sentidos. Actúan libremente; no se condicionan; la razón ni los sentidos mandan ni se imponen; colaboran juntos en el descubrimiento

Los sentidos (siempre en colaboración con la razón, guiados mas no condicionados, alentados quizá por ella), entonces, son un "buen" medio para interpretar el arte; son el único, además. Pero, ¿qué persiguen? ¿Qué buscamos cuando teorizamos? ¿qué esperamos de la obra de arte? ¿qué nos dice o nos aporta?

Asignatura optativa. Resumen de la clase del 12 de abril de 2011: Tah-Bes, Ptah-Sokar



Dos imágenes de Bes



Amuleto con la efigie de Ptah-Sokar (vistas de frente y de perfil)

Los dioses y héroes civilizadores y constructores presentan un perfil común peculiar, al igual que las divinidades creadoras u ordenadoras del mundo: eran figuras que abrían nuevos ámbitos o espacios.

Su singularidad no residía solo en sus poderes, sino que se traslucía en su apariencia; poseían unos rasgos que los distinguían de los demás dioses, y los identificaban.

Cuando Herodoto visitó el templo de Ptah en Memfis, tal como cuenta en sus Historias, descubrió una estatua de culto sorprendente que asoció al dios griego Hefesto (Herodoto escribía para griegos que nada sabían de otras culturas, por lo que trataba de hallar divinidades griegas, conocidas de sus lectores, equiparables a las deidades egipcias o mesopotámicas cuyos templos recorría, desconocidas para la mayoría de los griegos). Esta referencia evoca la imagen de un dios singular.
En el panteón griego, Hefesto destacaba sobremanera. Era el dios de la forja, a quien el resto de las divinidades confiaban la ejecución de sus armas y de sus relucientes palacios celestiales -hechos de metales preciosos-. Ésta no era la razón por la que se desmarcaba del resto de los dioses olímpicos; su físico peculiar era lo que le apartaba de las divinidades venustas y apolíneas. Pues, en efecto, Hefesto era cojo: su madre Hera, que lo concibió sin Zeus para vengarse de las reiteradas infidelidades de éste, se arrepintió de su decisión, y dejó caer al recién nacido; algunos autores explican incluso que Hera, avergonzada, echó al recién nacido desde lo alto del Olimpo; Hefesto vino a caer -rompiéndose una pierna- al mar, donde los dioses tradicionales de la forja que viven en lo hondo de las cavernas -tan hondas y húmedas que lindan con la mar-, lo recogieron, lo cuidaron y le transmitieron sus saberes. La figura de Hefesto era un tanto risible.  Como los griegos gustaban de aunar contrarios, pensaron que Afrodita, la hermosa diosa  del deseo, se esposó con la divinidad más alejada de su canon de belleza: el maltrecho Hefesto (cojo y giboso); pero Afrodita no se cansaba de serle infiel, por ejemplo, con otra divinidad opuesta al carácter seductor de Afrodita: el violento Ares (dios de la guerra), colérico aunque de porte recto.

Si Herodoto asoció Ptah a Hefesto, debía de ser porque la imagen de culto ante la que se detuvo no presentaba los hermosos rasgos antropomórficos de Ptah. ¿La estatua de qué dios vio Herodoto, entonces?

Ptah se asociaba con Bes; los egipcios rendían culto a Ptah-Bes, es decir a Ptah en tanto que dios dotado de los poderes de Bes. ¿Quiénes eran estas deidades?

Bes era una divinidad arcaica y muy popular, sobre todo en el Imperio Nuevo (a partir de 1600 aC); su culto se extendió por todo el Mediterráneo; llegó a tener una isla enteramente dedicada a ella: Ibiza. Amuletos en forma de Bes eran muy comunes hasta época romana (el nombre de Bes provendría del verbo besa, proteger). Figura próxima a los humanos, velaba por los recién nacidos, con cuyas figuras mantenía una estrecha relación. ¿Por qué? 

Al contrario que el común de las divinidades, Bes miraba a los seres humanos con los que buscaba establecer contacto: se representaba, no de perfil -lo que indica desdén para con el espacio de los humanos-, sino de frente, con los ojos bien abiertos. Bes buscaba el cruce de miradas, la complicidad humana.

Pero no era un dios gracioso: su faz era leonina; en ocasiones, como Herakles o Hércules, vestía con la piel de un león (lo que acentuaba su capacidad de asustar a los malos espíritus; quienes se ponían bajo su protección estaban a salvo, sin duda). Los hombros eran excepcionalmente anchos, los brazos propios de un leñador, mientras que las piernas eran delgadas, débiles o curvadas, como si no pudieran soportar el peso de su hercúleo torso. ¿?A qué responde este físico tan distinto del de los dioses egipcios antropomórficos siempre listos como un pincel?

Bes era el dios de la forja. En la antigüedad, los herreros eran también mineros; tenían que obtener el mineral que trabajaban. Los metales no eran inertes sino que crecían, como la sangre. Circulaban, se desplazaban por las venas de la diosa-madre tierra. Los mineros tenían que lograr que la tierra los dejara recorrer sus entrañas y extraer su vitalidad. Como los mineros eran pigmeos, podían desplazarse por las angostas arterias de la tierra. Su aspecto infantil también los convertía en hijos de la tierra.

Una vez obtenida la materia prima, los mineros tenían que trabajarla. El medio era el fuego. Éste tenía que tener una intensidad elevada y constante. No podía, por tanto, establecerse en medio de un pueblo. Éste hubiera estado siempre en peligro.
Siendo así que la forja era necesaria pero tenía que estar apartada, se instalaba en los límites del pueblo, entre el espacio ordenado alrededor de las casas y el espacio entregado a la selva y a los monstruos o las alimañas. Este estar situado en los márgenes contribuía a convertir al herrero/minero en un ser marginal. El que la forja tuviera que estar completamente cerrada, son oberturas por las que el fuego se pudiera escapar, y que actuaba como caja de resonancia del bramido del intenso fuego, contribuía a dotar de un aspecto inquietante a este espacio. Nadie sabia a fe cierta qué ocurría en el interior. No existían ventanas a las que asomarse. Por otra parte, los secretos del arte de la forja se transmitían de padres a hijos o de maestros a aprendices, sin que estuvieran, por su peligrosidad, al alcance de cualquiera.

La suerte del herrero estaba sellada. No podía salir de la forja: tenía que cuidar del fuego siempre. Sus desplazamientos eran muy limitados. El espacio de la forja, estrecho. En medio del taller un fuego dantesco, que se tenía que avivar activando un pesado soplete con un brazo, mientras con el otro sostenía las gruesas pinzas con las que cogía el metal, lo fundía, lo trabajada y lo templaba. Los brazos tenían que estar bien desarrollados y fuertes para poder con el peso y la resistencia de los útiles que manejaba. Por otra parte, tenía que cuidarse de no quemarse. Los brazos tenían que estar siempre abiertos alrededor del fuego.

La imagen del herrero era peculiar: la parte superior del cuerpo estaba hipertrofiada; la inferior, por el contrario, debido a la falta de movimiento, falto de musculatura, por lo que las piernas, bajo el peso del tronco, se arqueaban. La cara, roja por el fuego y negra de humo; los brazos, siempre abiertos y curvados.

El animal a quien más se parecían los herreros era el cangrejo: sus patas delanteras eran pinzas descomunales; las posteriores apenas eran capaces de propulsar el cuerpo; cuando el animal trataba de andar hacia adelante y en línea recta, el peso de las pinzas y la impotencia del resto de los miembros le llevaban a andar hacia atrás, con andares zizgzagueantes y dando vueltas, como las personas y los animales que, cobardes y traidores, van dando rodeos, o retroceden. En griego, cangrejo se decía karkinos, término emparentado con kirkinos, que significa tanto pinza curva cuanto compás: el útil con el que el arquitecto y el geómetra trazas figuras curvas -como la planta de una forja, por ejemplo.

El aspecto de pigmeo, de niño pequeño y de deficiente físico del herrero, que lo convertía en el blanco de todas las miradas, resultaba de su trabajo, al mismo tiempo que lo facultaba de estas labores que se practicaban a escondidas y a oscuras, tales como extraer el mineral de las vetas de la tierra, y trabajar, de espaldas al pueblo, en una forja cerrada a cal y canto.
 
Los herreros y los mineros eran vistos como unos magos. Figuras temibles pero necesarias. De su trabajo dependía, gracias a  las armas y los útiles que forjaban, la supervivencia de una comunidad.

Forjaban no solo instrumentos, sino mundos. Forjar significa trabajar los metales; también crear. Un forjador da a luz a nuevos mundos. Los grandes forjadores abren nuevas perspectivas, cambian o renuevan el mundo.

El que la cara oculta de Ttah fuera de la Bes era lógico. En tanto que divinidad creadora del mundo y de los dioses, divinidad primordial, también era vista como una figura forjadora. Su equiparación con Bes no era gratuita, sino que acentuaba su carácter omnipotente. Forjaba o creaba, edificaba el mundo habitable. De su trabajo dependía que los mortales tuvieran un lugar en la tierra (Ptah era también equiparado con el patrón de los herreros, el dios Sokar, que vivía en lo hondo de una cueva, por lo que también se le asociaba con Osiris, el dios de los muertos. Los amuletos de Ptah-Socar también refieren la imagen de un enano).

jueves, 14 de abril de 2011

Asignatura optativa. Resumen de la clase del 5 de abril. Ptah, y los dioses constructores









Todas las artes y técnicas (en la antigüedad no se distinguían: todas las artes eran trabajos artesanos o t´recnicos volcados a producir útiles; la diferencia se establecía entre artes inspiradas -poesía, música, danza, ligadas al culto-, y artes lúcidas -artes en las que el artista o artesano aplica lúcidamente unos procedimientos sabidos para producir unos objetos lo más perfectos posibles que responden bien a unos modelos o prototipos conocidos-) tenían sus divinidades; se las consideraba las inventores de las "manualidades", la capacidad de practicarlas a la perfección, y la generosidad de compartir sus conocimientos con los mortales, educándolos e incluso trabajando con ellos (al menos con algunos elegidos: héroes, muchos dotados para la magia.-


Las divinidades ligadas exclusivamente a un trabajo -como el dios mesopotámico de la fabricación del ladrillo- eran consideradas divinidades menores; eran, en verdad, técnicas divinizadas; no tenían casi vida o personalidad propia.

Por el contrario, las divinidades dotadas de múltiples saberes, cuyo campo de acción era muy amplio (englobando el orbe entero), y cuyas artes, buenas o males, se aplicaban a la producción de objetos diversos (pero relacionados entre sí, por secretas o formales afinidades, como la construcción, la carpintería, la joyería y el tejido: artes aplicadas a materiales diversos pero que requieren gestos parecidos de trenzado de elementos longitudinales entrecruzados como pilares y vigas, hilos y urdimbres, hilos de oro,  etc.) eran dioses principales.

Estas divinidades no limitaban su capacidad creativa a la producción de imágenes y objetos. Seguramente, su arte era una vertiente o un reflejo de un don mayor: la capacidad de crear o de ordenar (de completar y animar) el cosmos. Los dioses de las artes mayores eran dioses mayores: dioses creadores. Antes que inventar técnicas, inventaron el mundo; y, a menudo, modelaron a ,los seres humanos, a quienes, posteriormente, transmitieron unos saberes para que pudieran "hacerse" con la tierra, domesticarla: habilitarla (domesticar significa eliminar el lado indómito, salvaje; deriva del griego domos -o del latín domus-: casa)

En Egipto, Ptah era la principal divinidad de los constructores; ella misma era una constructura: edificó, por ejemplo, la ciudad de Memfis de donde era originaria, y dónde se localizaba su templo principal. Uno de los epítetos de Ptah, era "el que se halla al sur de la muralla blanca", ya que el muro defensivo de Menfis fue construido con piedra calcárea alba (Menfis ya no existe, pero sí permanece su doble: el recinto funerario de Saqqara, planeado y construido a imitación de la ciudad de los vivos, y construido con los mismos bloques de piedra clara que vibran al sol).

No existía un único panteón, ni un único mito cosmogónico y teogónico (que narre y explique los nacimientos del mundo y de los dioses). Antes bien, cada ciudad o cada santuario poseía sus propias divinidades, agrupadas en familias, y sus propias visiones acerca de los tiempos originarios. Sin embargo, algunas ciudades creían en algunas mismas divinidades. En Memfis, Heliópolis, y Hermópolis, Ptah era considerado una divinidad principal.

Para los sacerdotes de Menfis, Ptah fue el dios padre: ideó el universo en su corazón, y mandó, con la palabra, que emergiera o se formara. Luego, Ptah se masturbó y llenó el cauce del Nilo de agua cargada de vida, y animó a su obra. Finalmente, de él emanaron nueve dioses mayores: cada uno de los cuales, a modo de hipóstasis, asumía unas funciones o dones de Ptah. Fue entonces cuando, como cuenta la llamada Teología Menfita (un texto, conservado en dos ejemplares -en piedra y en papiro-, del siglo VIII aC, pero ideado posiblemente dos mil años antes), "fueron creados todas las técnicas y todas las artes (...); luego que hubo dado a luz a todos los dioses , construyó las ciudades, preparó las ofrendas, habilitó los santuarios, formó los cuerpos de las divinidades (sus estatuas de culto)".

La creación, según los teólogos de Heliópolis, no sucedió de manera tan breve. En los orígenes se hallaba Atum (el sol declinante; en todos los mitos, la vida y la luz brotan de la muerte y la oscuridad) se masturbó, o escupió; Shu (la atmósfera) y Tefnut (la humedad) fueron arrojados al mundo: tuvieron descendencia; sus hijos se llamaron Geb (la tierra) y Nut (el cielo); finalmente, a su vez, el cielo y la tierra dieron a luz a cuatro divinidades principales, entre las que destacan Isis, Osiris y Horus. En esta versión, se diría que Ptah no aparece si no fuera porque Shu, que se extendía entre el cielo y la tierra y, por tanto, alzaba la bóveda celeste y la mantenía erguida, se comportaba como Ptah: éste también sostenía el cielo gracias a su porte erguido, semejante a un atlante.

La cosmogonía hermopolitana es quizá la más evocadora. El agua, el aire y el fuego juegan un papel principal. No se sabía bien de donde provenían estas sustancias  divinas originarias. Pero la vida surgió de su unión. Así, las aguas primordiales, llamadas Nun, cubrían todo el orbe; los inicios eran acuosos. No se sabe si agitadas por un impulso interior, o si por la acción de una fuerza externa, de las aguas surgieron cuatro parejas divinas: Nun, las aguas propiamente dichas, Heh -La inmensidad o el espacio infinito-, Kek -las tinieblas-, y Amon -el dios oculto- sustituido a veces por Niaou -el vacío- Esas cuatro divinidades tenían por esposas a las versiones femeninas de dichas potencias (o conceptos). Unidas (en las aguas), o proyectadas por el soplo de Ptah, aquellas ocho potencias engendraron a una gran flor de loto que se posó -o fue plantada o trasplantada- en el Ta-TenenRe, hizo que la flor de loto se abriera y descubriera un huevo, en cuyo interior se recogía el niño de los inicios.
Aquí también Ptah jugaba un papel principal. Según unos, Path era las aguas primordiales (llamado Ptah-Nun, lo que significa, al igual que en todos los dioses compuestos egipcios, que la segunda divinidad -Nun, en este caso- está contenida en la primera -Ptah- como si fuera un fuerza o virtud suya) de las que salieron a flote las divinidades que instituyeron el espacio; según otros teólogos,  la tierra o isla inicial era Ptah, conocido como Ptah-Ta-Tenem, Ptah en cuyo seno la tierra se formó. En cualquier caso, Ptah era el suelo, la "base" dónde la vida se enraizaría, o la verticalidad del espacio primero.

Todas esas acciones se simbolizaban bien en o por el porte de Ptah. Ptah era una de las pocas divinidades antropomórficas del o de los panteones del Egipto faraónico. Se representada en forma humana, de pie y de perfil. Se apoyaba sobre una base de poca altura, con uno de los laterales inclinados, semejante a la parte superior de un martillo. Esta base evocaba la isla de los inicios (el Ta-tenen) emergiendo de las aguas. Al mismo tiempo, su dibujo era el del signo jeroglífico que designaba a la justicia humana y cósmica: maat.Era justo que la tierra donde prendería la vida emergiera y se separara de las aguas. Ptah se mostraba dentro de un templo o una capilla, sosteniendo un largo bastón de mando, compuesto por dos elementos: el pilar djed (un pilar cósmico, que sustentaba el universo, y evocaba o apelaba la vida que brotaba de la tierra y se alzaba) y el akh, o signo en cruz de la vida en la parte superior.
La figura de Ptah se asociaba a diversos elementos arquitectónicos: una base, un templete, un pilar. Su mismo cuerpo era recto como una columna. El perfil recto se asociaba a la rectitud de sus acciones: Ptah se apoyaba sobra la justicia, la cual se simbolizaba mediante la buena tierra, cuyo perfil las fachadas de los templos (los llamados pilones), en los que moraban los dioses cuando descendían a la tierra, reproducían. La misma justicia calificaba un acto edificante.

Ptah se alzaba. Sostenía el mundo con su cuerpo y con el djed que empuñaba. La justicia era la base de su acción.  Su actitud no era innata. Ptah se había hecho a sí mismo, y su mejor obra era él mismo. Como enunciaba la Teología Menfita, Ptah se había formado a sí mismo. Su labor edificatoria lo había educado; lo había edificado.

La labor construida de Ptah -además de su propia formación- consistía en depositar las piedras de ángulo en los cimientos de los edificios: piedras que se colocaban en las esquinas de la cimentación, y que, simbólicamente, servían para acotar, delimitar el edificio. Éste cobraba forma gracias a dichas piedras. Pero Ptah también era considerado una piedra angular -una imagen que será retomada por Jesús-: el orden del mundo, el mundo ordenado (es decir, el cosmos, un término que, en griego, significaba, precisamente, orden), se fundamentaba o descansaba en la piedra angular que era Ptah.

Las piedras de ángulo tenían la forma de una escuadra: dos brazos unidos, dispuestos en ángulo recto (la rectitud de las formas rectas reaparecen una y otra vez: era "de justicia" que Ptah soportará el cosmos). En alguna ocasión Ptah fue representado con los brazos abiertos en cruz y los antebrazos apuntando al cielo, la palma de las manos abierta: la posición más adecuada para sostener el cielo. El sostén de la bóveda celeste corría habitualmente a cargo de Shu (el espacio infinito), pero Ptah era equiparado a Shu en tanto que mantenedor del orden.
Los brazos elevados, dispuestos en ángulo eran la imagen del ka. A sabiendas que se que trata de una noción que nos es lejana y que es difícilmente traducible en términos modernos, el ka, que se suele traducir por alma, era más bien la fuerza vital. Se le solía representar mediante una figura antropomórfica erguida coronada, como si de dos antenas abiertas al mundo se tratara, con dos delgados brazos dispuestos según la forma indicada.

Esto significa que Ptah no era solo el pilar del mundo, ni el arquitecto del cosmos, sino que también era visto como lo que lo animaba: la fuerza o vitalidad del universo, algo lógico si pensamos que Ptah era un dios creador.

La imagen del arquitecto qyue se desporende de Ptah es la de una figura capaz de alumbrar el espacio: lo crea, lo tiende, lo sostiene y lo ordena. Fundamento y pilar, piedra de ángulo y alma, el universo no hubiera existido ni hubiera permanecido sin Ptah. La acción más importante de éste, o su mayor don, era el de dar vida al espacio, todo y acotándolo, o animarlo, convirtiéndolo en un espacio habitable, apto para la vida. La vida podía acogerse porque se trataba de un espacio lleno de vida, animado, y con una base sólida en la que enraizarse.
Sin Ptah -y sin Enki, sin Apolo, sin Jano- no estaríamos aquí.