lunes, 18 de abril de 2011

Asignatura optativa. Resumen de la clase del 12 de abril de 2011: Tah-Bes, Ptah-Sokar



Dos imágenes de Bes



Amuleto con la efigie de Ptah-Sokar (vistas de frente y de perfil)

Los dioses y héroes civilizadores y constructores presentan un perfil común peculiar, al igual que las divinidades creadoras u ordenadoras del mundo: eran figuras que abrían nuevos ámbitos o espacios.

Su singularidad no residía solo en sus poderes, sino que se traslucía en su apariencia; poseían unos rasgos que los distinguían de los demás dioses, y los identificaban.

Cuando Herodoto visitó el templo de Ptah en Memfis, tal como cuenta en sus Historias, descubrió una estatua de culto sorprendente que asoció al dios griego Hefesto (Herodoto escribía para griegos que nada sabían de otras culturas, por lo que trataba de hallar divinidades griegas, conocidas de sus lectores, equiparables a las deidades egipcias o mesopotámicas cuyos templos recorría, desconocidas para la mayoría de los griegos). Esta referencia evoca la imagen de un dios singular.
En el panteón griego, Hefesto destacaba sobremanera. Era el dios de la forja, a quien el resto de las divinidades confiaban la ejecución de sus armas y de sus relucientes palacios celestiales -hechos de metales preciosos-. Ésta no era la razón por la que se desmarcaba del resto de los dioses olímpicos; su físico peculiar era lo que le apartaba de las divinidades venustas y apolíneas. Pues, en efecto, Hefesto era cojo: su madre Hera, que lo concibió sin Zeus para vengarse de las reiteradas infidelidades de éste, se arrepintió de su decisión, y dejó caer al recién nacido; algunos autores explican incluso que Hera, avergonzada, echó al recién nacido desde lo alto del Olimpo; Hefesto vino a caer -rompiéndose una pierna- al mar, donde los dioses tradicionales de la forja que viven en lo hondo de las cavernas -tan hondas y húmedas que lindan con la mar-, lo recogieron, lo cuidaron y le transmitieron sus saberes. La figura de Hefesto era un tanto risible.  Como los griegos gustaban de aunar contrarios, pensaron que Afrodita, la hermosa diosa  del deseo, se esposó con la divinidad más alejada de su canon de belleza: el maltrecho Hefesto (cojo y giboso); pero Afrodita no se cansaba de serle infiel, por ejemplo, con otra divinidad opuesta al carácter seductor de Afrodita: el violento Ares (dios de la guerra), colérico aunque de porte recto.

Si Herodoto asoció Ptah a Hefesto, debía de ser porque la imagen de culto ante la que se detuvo no presentaba los hermosos rasgos antropomórficos de Ptah. ¿La estatua de qué dios vio Herodoto, entonces?

Ptah se asociaba con Bes; los egipcios rendían culto a Ptah-Bes, es decir a Ptah en tanto que dios dotado de los poderes de Bes. ¿Quiénes eran estas deidades?

Bes era una divinidad arcaica y muy popular, sobre todo en el Imperio Nuevo (a partir de 1600 aC); su culto se extendió por todo el Mediterráneo; llegó a tener una isla enteramente dedicada a ella: Ibiza. Amuletos en forma de Bes eran muy comunes hasta época romana (el nombre de Bes provendría del verbo besa, proteger). Figura próxima a los humanos, velaba por los recién nacidos, con cuyas figuras mantenía una estrecha relación. ¿Por qué? 

Al contrario que el común de las divinidades, Bes miraba a los seres humanos con los que buscaba establecer contacto: se representaba, no de perfil -lo que indica desdén para con el espacio de los humanos-, sino de frente, con los ojos bien abiertos. Bes buscaba el cruce de miradas, la complicidad humana.

Pero no era un dios gracioso: su faz era leonina; en ocasiones, como Herakles o Hércules, vestía con la piel de un león (lo que acentuaba su capacidad de asustar a los malos espíritus; quienes se ponían bajo su protección estaban a salvo, sin duda). Los hombros eran excepcionalmente anchos, los brazos propios de un leñador, mientras que las piernas eran delgadas, débiles o curvadas, como si no pudieran soportar el peso de su hercúleo torso. ¿?A qué responde este físico tan distinto del de los dioses egipcios antropomórficos siempre listos como un pincel?

Bes era el dios de la forja. En la antigüedad, los herreros eran también mineros; tenían que obtener el mineral que trabajaban. Los metales no eran inertes sino que crecían, como la sangre. Circulaban, se desplazaban por las venas de la diosa-madre tierra. Los mineros tenían que lograr que la tierra los dejara recorrer sus entrañas y extraer su vitalidad. Como los mineros eran pigmeos, podían desplazarse por las angostas arterias de la tierra. Su aspecto infantil también los convertía en hijos de la tierra.

Una vez obtenida la materia prima, los mineros tenían que trabajarla. El medio era el fuego. Éste tenía que tener una intensidad elevada y constante. No podía, por tanto, establecerse en medio de un pueblo. Éste hubiera estado siempre en peligro.
Siendo así que la forja era necesaria pero tenía que estar apartada, se instalaba en los límites del pueblo, entre el espacio ordenado alrededor de las casas y el espacio entregado a la selva y a los monstruos o las alimañas. Este estar situado en los márgenes contribuía a convertir al herrero/minero en un ser marginal. El que la forja tuviera que estar completamente cerrada, son oberturas por las que el fuego se pudiera escapar, y que actuaba como caja de resonancia del bramido del intenso fuego, contribuía a dotar de un aspecto inquietante a este espacio. Nadie sabia a fe cierta qué ocurría en el interior. No existían ventanas a las que asomarse. Por otra parte, los secretos del arte de la forja se transmitían de padres a hijos o de maestros a aprendices, sin que estuvieran, por su peligrosidad, al alcance de cualquiera.

La suerte del herrero estaba sellada. No podía salir de la forja: tenía que cuidar del fuego siempre. Sus desplazamientos eran muy limitados. El espacio de la forja, estrecho. En medio del taller un fuego dantesco, que se tenía que avivar activando un pesado soplete con un brazo, mientras con el otro sostenía las gruesas pinzas con las que cogía el metal, lo fundía, lo trabajada y lo templaba. Los brazos tenían que estar bien desarrollados y fuertes para poder con el peso y la resistencia de los útiles que manejaba. Por otra parte, tenía que cuidarse de no quemarse. Los brazos tenían que estar siempre abiertos alrededor del fuego.

La imagen del herrero era peculiar: la parte superior del cuerpo estaba hipertrofiada; la inferior, por el contrario, debido a la falta de movimiento, falto de musculatura, por lo que las piernas, bajo el peso del tronco, se arqueaban. La cara, roja por el fuego y negra de humo; los brazos, siempre abiertos y curvados.

El animal a quien más se parecían los herreros era el cangrejo: sus patas delanteras eran pinzas descomunales; las posteriores apenas eran capaces de propulsar el cuerpo; cuando el animal trataba de andar hacia adelante y en línea recta, el peso de las pinzas y la impotencia del resto de los miembros le llevaban a andar hacia atrás, con andares zizgzagueantes y dando vueltas, como las personas y los animales que, cobardes y traidores, van dando rodeos, o retroceden. En griego, cangrejo se decía karkinos, término emparentado con kirkinos, que significa tanto pinza curva cuanto compás: el útil con el que el arquitecto y el geómetra trazas figuras curvas -como la planta de una forja, por ejemplo.

El aspecto de pigmeo, de niño pequeño y de deficiente físico del herrero, que lo convertía en el blanco de todas las miradas, resultaba de su trabajo, al mismo tiempo que lo facultaba de estas labores que se practicaban a escondidas y a oscuras, tales como extraer el mineral de las vetas de la tierra, y trabajar, de espaldas al pueblo, en una forja cerrada a cal y canto.
 
Los herreros y los mineros eran vistos como unos magos. Figuras temibles pero necesarias. De su trabajo dependía, gracias a  las armas y los útiles que forjaban, la supervivencia de una comunidad.

Forjaban no solo instrumentos, sino mundos. Forjar significa trabajar los metales; también crear. Un forjador da a luz a nuevos mundos. Los grandes forjadores abren nuevas perspectivas, cambian o renuevan el mundo.

El que la cara oculta de Ttah fuera de la Bes era lógico. En tanto que divinidad creadora del mundo y de los dioses, divinidad primordial, también era vista como una figura forjadora. Su equiparación con Bes no era gratuita, sino que acentuaba su carácter omnipotente. Forjaba o creaba, edificaba el mundo habitable. De su trabajo dependía que los mortales tuvieran un lugar en la tierra (Ptah era también equiparado con el patrón de los herreros, el dios Sokar, que vivía en lo hondo de una cueva, por lo que también se le asociaba con Osiris, el dios de los muertos. Los amuletos de Ptah-Socar también refieren la imagen de un enano).

No hay comentarios:

Publicar un comentario