La relación entre un artista y una obra es relativamente reciente; nace tras las Revolución Francesa -y ha sido muy cuestionada desde Marcel Duchamp, y los dadaístas, a partir de la segunda década del siglo XX.
Anteriormente no pudo existir. Dos eran las causas. Por un lado, no existía la noción de arte tal como se definió a partir del Romanticismo, a principios del siglo XIX (la finalidad de la obra de arte fue de hacer pensar complaciendo, mientras que anteriormente, tenía como fin educar -la obra era un medio educativo, visualmente comprensible para iletrados- o incidir, como un fetiche mágico, activa e inmediatamente sobre la realidad lejana.
Por otro lado, el responsable de la obra no trabajaba solo. Era imposible; la creación independiente y solitaria estaba prohibida.
Un pintor, un escultor, un arquitecto, etc., tenía que formar parte de un taller, ya sea como ayudante -en un taller ajeno-, ya sea como responsable de su propio taller. Las obras se encargaban a talleres, no a individuos. Los talleres respondían solo a encargos (salvo obras muy personales que los jefes de taller realizaban para sí mismos o para familiares o amigos, cuando tenían tiempo).
Fue la Revolución Francesa la que acabó con la estructura gremial, y obligó a los artistas a trabajar solos y a buscar encargos, facilitados en parte por las exposiciones públicas en los llamados Salones.
Los talleres comprendían al dueño y a ayudantes. Cada uno estaba especializado. Los aprendices molían los materiales y preparaban aceites, pigmentos y barnices. Otros estaban dedicados a pintar fondos, flores, árboles, animales, detalles ornamentales. Algunos talleres tenían decenas de colaboradores. El dueño del taller ejecutaba los bocetos, y pintaba o esculpía manos y caras, que eran las partes más difíciles de realizar.
El taller tenía la obligación de mantener a los aprendices, que vivían a veces en los locales. Se entraba muy joven. La formación duraba una decena de años. Cuando un aprendiz había recorrido todas las etapas, podía solicitar ser evaluados por el gremio a fin de estar autorizado a formar su propio taller. El gremio se ocupaba de los familiares con dificultades (viudas, huérfanos).
En algunos casos, los responsables de taller reconocían la valía de algunos ayudantes hasta dejarles la responsabilidad absoluta, desde la idea y el boceto, hasta la resolución final de una obra. Así Giorgione dejó entera libertad a Tiziano, Rafael a Gulio Romano, Rubens a Van Dyck, antes de que pudieran abrir su propio taller.
Los hijos asumían en ocasiones la dirección de un taller cuando el padre fallecía o pedía facultades. Uno de los talleres más longevos, que duró generaciones, fue el taller de "los" Brueghel. Sin embargo, habitualmente, la menor valía del heredero conducía al taller a su fin, como ocurríó con los descendientes de El Greco o de Zurbarán.
Los encargos provenían sobre todo de la realeza, la aristocracia y la iglesia, salvo en países ya burgueses como Flandres y los países Bajos, en el siglo XVII, en los que burgeses compraban obras de menor tamaño con escenas cotidianas, lo que favoreció la eclosión de géneros considerados menores como el bodegón o el retrato, en detrimento de la pintura mitológica y religiosa, llegando a formarse talleres especializados en la producción masiva de cuadros de pequeño tamaño o de bronces masificados.
En ningún caso existía la noción de obra única, salvo en casos excepcionales. Los temas se repetían. Artistas y artesanos reproducían cuadros con o sin variantes, de tamaños variables y ejecución no siempre perfecta, en función de lo que se estaba dispuesto o se podía abonar. De ahí que pintores con un éxito mediocre como El Greco se viera obligado a repetir obras un gran número de veces, cuya ejecución confiaba a ayudantes, no siempre de gran talento, lo que explica la disparidad de calidades en la obra atribuida a este artista.
Solo a partir del siglo XIX se consideró que las artes plásticas y escritas fueron un medio de expresión privilegiado de un único autor -en parte por la falta masiva de encargos, al derrumbarse las estructuras sociales del Antiguo Régimen. A partir de entonces, la obra se convirtió en un reflejo del artista y su visión del mundo, y no de los valores imperantes en una sociedad dada, al menos en "Occidente".,
Nota: Todos estos comentarios son válidos solo en Europa. Sin embargo, la teoría del arte no debería limitarse a este círculo o se debería ser siempre consciente de las limitaciones de las observaciones teóricas, tanto en arte cuanto en arquitectura. Así los programas de las asignaturas del Departamento de Composición son válidos si se ciñen a la necesariamente limitada consideración occidental.
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