Dos entrevistas recientes, a los artistas Philippe Dauchez (director de teatro, colaborador de Albert Camus) y John Baldessari (cuya obra se expone hoy en una muestra antológica en el MACBA), ofrecen una consideración parecida sobre la finalidad del arte:
"Este arte es una forma de terapia. Puede curar" (María R. Sahuquillo: entrevista a Philippe Dauchez, El País, miércoles 10 de febrero de 2010, contraportada)
"Aún no sé muy bien qué es el arte. Mi única respuesta es que es un tipo de alimento que sacia una necesidad espiritual" (J.M. Martí Font: "John Baldessari. Creador conceptual", El País, miércoles 10 de febrero de 2010, p. 38).
Para Baldessari, el arte colma el espíritu. Dauchez va más lejos: el arte sana (es decir, tiene un efecto sobre el cuerpo y/o la mente). En ambos casos, sin embargo, no queda claro si los efectos del arte se dirigen al artista o al espectador.
Estas opiniones sobre los beneficios que el arte brinda y, por tanto, sobre la función o finalidad del arte -sacia el alma, sana el espíritu y, quizá, el cuerpo- no son nuevos.
Por el contrario, entroncan con lo que Aristóteles afirmaba acerca de los efectos que la tragedia griega brindaba a los espectadores (solo se refería a éstos; no a los autores ni a los interprétes). En la Poética (una colección de notas sobre la esencia y el sentido de los textos teatrales), Aristóteles sostenía que la visión de una obra de teatro trágica -en la que se exponían las miserias de los humanos, sometidos a los caprichos divinos, o a un destino dramático que se quería, más inútilmente, torcer-, provocaba catarsis: es decir, provocaba que los espectadores, identificándose con los personajes, sintieran lo que éstos padecían, y, por tanto, fueran embargados por el temor y la compasión.
Estas dos pasiones eran despertadas o inoculadas por la tragedia. Removían a los espectadores. Éstos sufrían, padecían y se compadecían. Su alma se turbaba, como se turbaba el alma de los personajes sometidos a un destino injusto. De este modo, el espectador se veía afectado; su vida estaba trastocada. Pero levemente; las pasiones que le afectaban eran, contrariamente a las que azotaban a los personajes, leves y pasajeras. Por eso, cuando el espectáculo cesaba, los espectadores se sentían aliviados. Los males que les habían rondado desaparecían cuando la función terminaba. Y salían del teatro liberados, habiendo dejado los problemas, los temores que el teatro había suscitado o despertado, detrás de ellos.
El término catarsis, que Aristóteles empleaba, procedía del vocabulario médico (el padre de Aristóteles era médico, por lo que aquél debía estar familiarizado con los logros de la medicina). Se podría traducir por purgación. El arte, entonces, purgaba el alma (de todo lo que le afectaba). Actuaba como una vacuna: inoculaba una dosis mínima de turbación que provocaba una reacción contraria de purificación.
La noción de catarsis, empleada por la medicina griega, procedía de la magia. El mal se curaba, simpáticamente, por el mal: es decir, cualquier afección debía tratarse con una afección similar. Sintiendo, en un corto periodo de tiempo, y en un lugar dado, un determinado mal, el paciente, tras vivir todos los pasos de la enfermedad, salía de la consulta renovado, limpio de males y enfermedades. La posesión a la que el mago le habíua sometido, le había fortificado física y anímicamente.
Aristóteles solo se refería a los efectos de la tragedia. No escribió acerca de la influencia de otras artes. Sin embargo, su análisis de los efectos del arte trágica teatral se ha aplicado a todas las artes.
Y hoy, creadores plenamente contemporáneos, retoman estas consideraciones, aplicándolas a las artes que crean, sean teatrales o plásticas, extendiendo los beneficios del arte al espectador y, posiblemente, al creador.
Hoy, incluso, algunos teóricos de las artes sostienen que el beneficiario del arte no es tanto el espectador cuanto el artista que se estudia (se "analiza") y se cura a través de la práctica artística, aún cuando las obras que produce puedan también influir positivamente en el alma de los espectadores.
Esta relación entre arte y medicina es muy antigua. Apolo, el dios griego de la arquitectura, la música y la poesía, tuvo un hijo, Asclepios (o Esculapio), que fue considerado como el dios greco-latino de la medicina. El propio Apolo, en Roma, fue convertido en una divinidad sanadora.
Y pensemos que los verbos medir (el arte ordena el mundo, lo proporciona) y medicar tienen la misma raiz. La mesura que el arte aporta es de orden geométrico y moral: nos educa, nos forma, nos fortifica.
Tal sería, entonces, la finalidad (y el logro) del arte de todos los tiempos y en todas las culturas. una mediación entre nosotros y el mundo, entre nosostros y nuestro interior -nuestros temores, entre los que destacael temor insuperable: el miedo a la muerte (nuestra y de los seres queridos).
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