viernes, 5 de marzo de 2010

ASIGNATURA TRONCAL (MAÑANAS): La mirada inocente. Resumen de la clase del 3 de marzo de 2010







For Fabian Marcaccio from Collin Thomas on Vimeo.


¿Tenemos que enfrentarnos a la obra de arte sin "prejuicios", sin conocimientos previos? ¿Podemos?
Los datos históricos y estilísticos, ¿son contraproducentes a la hora de enjuiciar una obra, distorsionando o condicionando su interpretación, o, por el contrario, son los medios que nos permiten captar el sentido del arte sin equivocarnos sobre éste?

La clase del 3 de marzo de 2010 completó los comentarios de las clases precedentes en las que se postuló que las asignaturas de Historia, Composición y Estética o Teoría de las Artes, son tres maneras de abordar e interrogar la obra de arte, y que los datos obtenidos por las dos primeras son necesarios, imprescindibles para que se pueda llevar a cabo una correcta teorización sobre la creación, es decir, para poder descifrar, al menos parcialmente, lo que la obra significa.

Se mostró que el primer problema con el que nos enfrentamos, no solo ante manifestaciones artísticas modernas (desde el dadaismo) y contemporáneas, que ponen en jaque los necesarios límites entre el arte y lo que no lo es (es decir, lo que visualmente no se distingue de lo que sí se presenta como una obra de arte -las diferencias no visibles entre Fuente, de Duchamp, y un urinario), sino ante cualquier creación, es lograr reconocer o identificar qué es arte, dónde se halla la obra de arte (a fin de evitar interpretar lo que no ha sido concebido ni realizado para ser portador de un mensaje).
Así, ya vimos que algunas "piezas" paleolíticas plantean problemas, ya que es muy difícil saber si se tratan de creaciones (de modificaciones intencionadas de un objeto natural) o si, por el contrario, se tratan de formas naturales, eventualmente conformados por la erosión (tales como huesos o guijarros, que pueden presentar, por casualidad, marcas que pueden ser confundidas con signos intencionados).
Postulamos que el arte es el fruto de una acción humana. Los animales son capaces de formar objetos (panales, muros, nidos, intervenciones en la naturaleza como hormigueros, etc.) perfectamente ejecutados y dotados de un estructura que no es el fruto de la casualidad.
Pero, mientras no podamos entrar en contacto directo con los animales (mientras no descifremos sus hipotéticos códigos lingüísticos), no podremos saber si éstos tuvieron como finalidad comunicar a sus congéneres algún mensaje, es decir, si su creación tiene "sentido". Desde luego, dichas actuaciones se resisten a ser interpretadas desde un punto de vista humano.
Del mismo modo, los bebés, pese a que puedan pintar telas, formalmente similares a cuadros de estilo expresionista abstracto, no pueden ser considerados artistas, ya que sabemos que aún no son capaces de posee un lenguaje ni un pensamiento complejo.
Sus "obras" al igual que la de los animales (al menos, hasta que los zoólogos no demuestren lo contrario), podrán ser atractivas, incluso podrán ser confundidas con creaciones humanas, pero al no estar dotadas de significado -o al poseer un significado que la forma adoptada no logra trasmitir a los humanos-, no pueden ser consideradas obras de arte, es decir, merecedoras de ser interpretadas.

Del mismo modo, solo análisis científicos, en ocasiones caros y complicados, pueden ayudar a discernir si nos hallamos ante elementos naturales o manipulados (por un ser humano), por ejemplo piedras paleolíticas con vagas formas antropomórficas, o huesos con hendiduras, fruto de la erosión, de garras animales o de perforaciones calculadas (con vistas a crear un instrumento musical). Durante muchos años, se creyó que la primera flauta de la historia, cuyos intérvalos musicales, no excesivamente alejados de los nuestros, se trataban de explicar, tenía setenta mil años. Finalmente, pruebas de laboratorio demostraron que los agujeros habían sido creados por un carnívoro al desgarrar la carne.
Estos análisis son fundamentales pues, si determinan que el objeto es fruto de una acción humana, éste puede (y debe) ser interpretado, tratando de averiguar (en este caso, imaginar) qué quiso decir, o qué pretendió el homínido que transformó intencionadamente un elemento natural, que lo manufacturó.

Finalmente, se comentó que el tiempo condiciona tanto la recepción (juzgamos a partir de lo que sabemos, y vemos a menudo lo que podemos ver, en función del ambiente cultural que inevitablemente nos condiciona) cuanto la creación de una obra de arte; esta influencia determina de tal manera la forma y el contenido de una obra de arte, que cualquier creación de una época dada, sea cual sea el género artístico al que se adscribe, acabará teniendo un "aire de familia", imperceptible por el espectador de la época, pero que "salta a la vista" años más tarde. Así, no solo las obras de arquitectura de un determinado período se parecen mucho -poseen unos rasgos estilísticos comunes y expresan una misma visión del muindo- sino que creaciones musicales, pictóricas, poéticas, escultóricas, etc., que lógicamente no deberían poder ser comparables, están marcadas por el "espíritu" de la época, y acaban pareciéndose, sin que, a veces, sea posible o fácil objetivar, definir dicho parecido. Pero, entre Koolhaas (arquitectura), The Prodigy (música popular), Fabian Marcaccio (pintura), Michel Houellebecq (literatura), los hermanos Bouroullec (diseño industrial), por ejemplo, todos creadores de los últimos quince años, en apariencia distintos, practicantes de géneros diversos, ¿no se percibe un mismo deje, una manera parecida de abordar problemas comunes? De algún modo, todas esas obras, en principio tan distintas, ¿no parecen ya marcados por el cambio del segundo milenio?






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