domingo, 15 de mayo de 2011

Asignatura troncal. Resumen de la clase del miércoles 11 de mayo de 2011, última clase del curso. ¿Arte?



Shirim Neshat, Turbulent, 1998



La definición de la palabra arte topa con dificultades. No solo arte no nombra un objeto (la obra de arte) sino un proceso (el trabajo que desemboca en la producción de una obra), sino el significado de la obra de arte ha variado desde la antigüedad en occidente.

Fue a finales del siglo XVIII cuando se forjó el concepto moderno de (obra de) arte -por comodidad, cuando se emplee el término arte, casi siempre nos referiremos a una obra, no una acción-. Pero su definición es ambigua o imprecisa. Arte es no lo que no es real -aunque guarda estrechas conexiones con la realidad, que puede incluso incorporar. como las obras cubistas, fragmentos de realidad en la obra, o puede consistir en actos "reales", como en el caso de algunas "performances" de body art que, no obstante, no desencadenan las reacciones que dichos actos provocarían en la "realidad", sino que suscitan juicios estéticos, en los que se valora lo que dichos actos expresan o significan.

La dificultad en definir el arte reside en parte en qué no se sabe bien porqué existe o se produce; qué se persigue. Como señaló el filósofo alemán Emanurel Kant, a finales del siglo XVIII, gratuito ni caprichoso no es el arte. Responde a una necesidad, sin duda. Mas ésta es desconocida; o, mejor dicho, no está claramente enunciada, no es perceptible, evidente. Se sabe que el arte responde a una función, que el artista tiene motivos para crear, que su obra o su acción son el fruto de una necesidad, pero todas estas "buenas razones", que justifican la necesidad o "legalidad" del arte, que dan cuenta de su existencia y fundamento, no están claramente enunciadas. El arte tiene una finalidad u objetivo. Cuál es ese, sin embargo, es imposible de discernir. Kant escribió que el arte cumple una finalidad sin fin. Su fin es su propia existencia. Alguna fuerza o razón le da sentido: su forma conlleva o persigue una ideas; quiere decir o trasmitir algo; pero este contenido no es obvio ni evidente. El novelista francés Marcel Proust, a principios del siglo XX, sostenía que las ideas en el arte son como el precio en un regalo: es de mal "gusto" exponerlas crudamente, como si el arte fuera la simple comunicación de contenidos, con independencia de la forma escogida. Las ideas no están fuera de la obra, sino en éstas. Si el arte revela, recurre también al "velo" de la ficción, velo que esconde al mismo tiempo que deja traslucir lo que contiene y protege.Y éstas no consisten en ideas sino en formas sensibles, perceptibles sensorial o emocionalmente, formas capaces de emocionar, y, a través de las emociones suscitadas, de las formas sensibles o artísticas percibidas, de transmitir, veladamente, contenidos. Las obras de arte son ventanas entreabiertas al mundo: no muestran a las claras lo que transportan, sino que mueven a reflexión, reflexión o interpretación que se produce al mismo tiempo, y puesto que, se siente.

Si nos planteamos acerca de la función del arte nos hallamos, en efecto, ante un dilema: podemos vivir sin obras de arte. Éstas no satisfacen necesidades básicas: no dan de comer, de beber ni aportan un abrigo. Pero, sin embargo, también es evidente que la vida sería más triste o difícil, quizá incluso insoportable, sin la distracción que el arte aporta, desde una novela hasta un cómic, una película y un vídeo-juego hasta un ritual antiguo, distracción que también "da qué pensar", hace pensar " -acerca de qué significa la obra que percibimos-. Reflexión que se produce, obra sobre cuyo contenido uno vuelve más de una vez, precisamente porque se intuye que no es gratuita, pero que lo que dice no se proclama en voz alta. El arte no es un panfleto ni un conjunto de mensajes publicitarios, aunque puede incluir panfletos y anuncios. Lo que el arte anuncia no se expresa a través de un "simple" anuncio.

Esta concepción de la obra de arte poco tiene que ver con la que se dio anteriormente, al menos en la tradición occidental.
El término arte se aplicaba a un trabajo regulado (arte, en griego, se decía tekne, lo que indica bien que nos hallamos ante un trabajo práctico, una puesta en práctica de saberes y procedimientos), y la expresión obra de arte a un producto manufacturado que respondía a unas normas y se había ejecutado según unos procedimientos bien conocidos. El "artista" era lo que hoy llamamos un artesano. Artesanos eran los arquitectos, los pintores, los escultores. Respondían a encargos produciendo unas obras que respondían a unos cánones conocidos. La manera de proceder era siempre la misma. Lo que se perseguía era un ideal. La obra tenía que ser perfecta, es decir idéntica a un modelo. Una vez alcanzada la perfección, el artista tenía que repetir siempre los mismos  gestos a fin de elaborar productos indistinguibles los unos de los otros. Gran parte de las obras de arte antiguas fueron ejecutadas mediante moldes, precisamente para evitar imperfecciones, desajustes o la introducción de novedades que habrían apartado a la obra del modelo ideal. El artista sabía lo que hacía y hacía siempre lo mismo o del mismo modo. Trabajaba en talleres. La originalidad estaba proscrita. Los cambios eran muy lentos y siempre en pos de una mayor perfección. Las obras tenían que ser útiles. Su función evidente: una copa servía para contener líquidos, y esta su función tenía que ser reconocida a simple vista; una arma invitaba a ser manipulada sin complicaciones; una estatua o una pintura tenían que ilustrar sobre los personajes representados, dando la mejor y más clara imagen de éstos, facilitando el reconocimiento de éstos. No cabían las sorpresas ni los sobresaltos. La inquietud y la desazón no tenían cabida o "sentido".
Las obras de arte o artesanas eran necesarias y reconocidas. Sin embargo, la suerte de los que las producían no era envidiable, precisamente porque habían, y tenían que hacer siempre lo mismo. Estaban atados o condenados a una misma tarea repetida indefinidamente.

Ante la concepción de este trabajo y estos productos, existía otra actividad muy distinta. Era la que practicaban magos, sacerdotes, chamanes y profetas. Actores y músicos también, ya que su actividad formaba parte de rituales sagrados. Éstos no trabajaban voluntariamente. Antes bien, creaban poseídos, al menos tal como los presenta Platón. Unas fuerzas sobrenaturales les llevaban a entrar en trance, los llevaban al éxtasis (que, literalmente, significa estar fuera -ex- de si -stasis- ). Estas fuerzas externas solían ser las Musas. Al menos, eran las Musas a quienes explícitamente invocaban los poetas greco-latinos antes de, y para poder componer. Alguna de las siete Musas, entonces, les robaba la voluntad y les obligaba, como si fueran simples portavoces de voces de otro mundo, a decir o escribir lo que les dictaban. Los poseídos no sabían bien qué hacían ni qué decían; tampoco sabían cómo ni porqué hacían o decían lo que llevaban a cabo, en contra de su voluntad. Lo que sí sabían, cuando el trance concluía, era lo que habían ejecutado era infinitamente superior, más rico y misterioso, complejo y difícil, que lo que producían lúcidamente los artesanos. Sus obras tenían otra voz, quizá más profunda o  no enteramente humana.

Las Musas eran una divinidades aladas antiquísimas. Eran hijas de una divinidad aún más primigenia y principal, llamada Mnemosyne, es decir Memoria. Las Musas eran las hijas de la diosa de la Memoria. Ésta almacenaba todos los actos memorables, todas las acciones dignas de ser recordadas, que podían servir de lección a los humanos. Cuando estos se enfrentaban a problemas irresolubles, los sacerdotes, los poetas y los poetas los ilustraban contándoles cómo los hombres del pasado se habían enfrentado y habían solucionado determinados conflictos, no habían encontrado respuestas a preguntas difíciles, por ejemplo, acerca de qué son, de dónde vienen, y hacia dónde van los seres humanos.

Los sacerdotres eran respetados; no así los artesanos. Unos componían sin saber qué hacían; otros eran plenamente conscientes. Las obras de los primeros abrían nuevas vías; las de los segundos seguían caminos conocidos y trillados.

Fue a finales del siglo XV cuando, en Florencia, algunos artesanos empezaron a preguntarse porque no podían ser considerados unos poetas y actuar cómo éstos. Sus obras ya no deberían sujetarse a patrones conocidos, sino que deberían ser producidas dejando que la imaginación se liberara y se adentrara en mundos desconocidos. Serían quizá imperfectas, pero distintas, más atractivas y misteriosas puesto que se reflejarán mundos e ideas hasta entonces ignotos. La obra de arte, tal como se definió claramente en el siglo XVIII, empezaba a forjarse, si bien los artesanos (pintores, escultores y arquitectos) tardarían tres siglos en ser reconocidos como unos visionarios, casi unos dioses, y no unos aplicados artesanos.

La noción moderna o romántica del artista y de la obra de arte se estaban gestando. Aún hoy, hay quien piensa, acertadamente o no, que los artistas son unos seres superiores, capaces de descubrir nuevos mundos o facetas inéditas del mundo o del alma humana, y capaces de plasmar sus descubrimientos.

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