martes, 10 de mayo de 2011

Asignatura troncal. Resumen de la clase del miércoles 4 de mayo de 2011. Arte, verdad, memoria



Instalación de Christian Boltanski (2010-2011), sobre la pervivencia de desaparecidos


 Christian Boltanski


El infierno greco-latino era un espacio vetado. Nadie ponía entrar ni salir impunemente. Un sistema de defensas muy efectivo impedía que se supiera qué acontecía allí y qué destino aguardaba a las almas de los difuntos.
Tener un conocimiento preciso del destino hubiera constituido un peligro: el desánimo se hubiera extendido en la tierra.

Las defensas infranqueables por quien no estuviera muerto y avanzara hacia el reino de las sombras estaba constituido por cuatro hondos ríos. Dado que lo que impedía que las almas se adentraran en el mundo infernal sin nostalgia de su "vida" pasada, eran los recuerdos vivos que las embargaban y que les llevaban a tratar de dar media vuelta, era necesario la existencia de un mecanismo que impidiera la activación de la memoria. Las almas tenían que adentrarse  como el ganado hacia el matadero: sin posibilidad, sin deseo alguno de dar marcha atrás. El camino tenía un solo sentido.

Las aguas del río Leteo cumplían a la perfección  la eliminación de los recuerdos agradables. Las almas estaban obligadas a beber de las aguas del Leteo; éstas, que como su nombre indica, eran letales o producían un sueño letárgico del que era imposible despertar, borraban todos los recuerdos venturosos, y sumían los espíritus en el olvido. Olvido: tal era el significado del nombre Leteo (Lethe, en griego). Las aguas del Leteo eran las aguas del olvido.

Sin recuerdos, el ser humano (o su alma) está (como) muerto. Ya nada lo ata a la vida presente y pasada. No sabe nada de sí mismo. Lleva una vida vegetativa; ni siquiera recuerda lo que es vivir: la mejor condición para adentrarse en el reino de las sombras.

Acontece que existía un sustantivo en la Grecia clásica que designaba con precisión la falta de olvido: éste era aletheia (a-letheia, palabra encabezada por la partícula negativa a). Pero aletheia significaba verdad. La verdad, para los griegos, no se oponía a la mentira sino al olvido. La verdad era la capacidad de perdurar para siempre. La verdad perduraba incólume. No se borraba.

La ciencia y la estética (o teoría del arte) tienen un mismo objetivo: buscar la verdad o razón de ser de las cosas que estudian. En el caso de la estética, la verdad se halla en la naturaleza observada o en la obra de arte; y esa verdad se alcanza a través de un conocimiento sensible y razonable; gracias a los datos o imágenes que los sentidos captan y que son de inmediato filtrados por la razón; ésta, entonces, capta de inmediato, mientras los sentidos están en contacto visual, auditivo o táctil -también gustativo- con la creación artístico, lo que la obra es: su verdad, su verdadera razón de ser: una imagen eterna del mundo. La obra de arte tendría a sí la capacidad de inmortalizar lo que documenta o muestra, incluso en el caso de las obras efímeras: duran un instante, pero éste se vuelve eterno.
El arte ofrece así imágenes memorables, dignas de ser recordadas. Seres, enseres y lugares de los que no queda huella en la realidad (porque han "pasado", están muertos o se han destruido), están "vivos" en la memoria, "presentes" ante los espectadores o intérpretes. El arte, así, rescataría del olvido todo lo que muestra. Libraría de la muerte o el olvido lo que contiene, ofreciendo una imagen viva o vital de motivos que ya no existen -salvo en el arte.

Todo o casi todo el arte, en cualquier cultura y de cualquier época, tiene una función: fijar para siempre una imagen; impedir que el tiempo siga afectando negativamente al mundo. De pronto, los seres y las cosas quedan inmortalizados. Estatuas, pinturas, arquitecturas, textos se refieren a seres o enseres pasados como si fueran de hoy en día y estuvieran presentes. Las grandes interpretaciones de obras de teatro clásico, por ejemplo, o de composiciones pretéritas, logran el prodigio de convertirlas en actuales, rescatándolas del tiempo y el olvido. El arte se erige, así, en una memoria colectiva, y el fin de la interpretación consiste en descartar los contenidos, las ideas que las formas artísticas preservan y legan a los seres humanos del futuro. Pues las obras de arte no mantienen las formas sino lo que éstas encierran. Una interpretación de una obra de teatro clásica puede  prescindir de las formas que el artista utilizó, adaptándolas a las formas vigentes hoy; pero no necesita adaptar el contenido: éste perdura. Hamlet puede ser mostrado como un joven vestido como se viste hoy y no en el siglo XVII: pero los valores o las ideas que posee, los problemas a los que se enfrenta siguen vigentes (precisamente gracias a que la obra de arte ha logrado mantenerlos y ofrecerlos a cualquiera que quiera o necesita interpretar, interrogar a una obra de arte.

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