sábado, 5 de marzo de 2011

Resumen de la clase troncal del 3 de marzo de 2011


¿Francisco de Goya? El coloso






¿Andy Warhol?, o ¿Elaine Sturtevant?

¿Elaine Sturtevant, o Andy Warhol?

¿Importa?


Escribía Quim Monzó no hace mucho que, un das, unos chinos, extasiados ante la Casa de las Puntxas (de Puig y Cadafalch) en Barcelona, le preguntaron, excitados, si era realmente una obra de Gaudí. Ante tal entusiasmo, Monzó no se atrevió a decepcionarles. Era sin duda, como bien habían descubierto, la obra maestra de Gaudí. Y los chinos se fueron tan contentos.
Si hubieran sabido la verdad, es muy posible que su admiración por este edificio hubiera menguado considerablemente.

La historia del arte está repleta de obras cuyo prestigio aumenta o disminuye, que entran o son expulsadas de los libros de historia, en función de los resultados de la investigaciones sobre su autoría. Recientemente, "El Coloso, hasta entonces una obra maestra de Goya, sufrió un duro golpe, cuando algunos estudiosos demostraron, a través del estudio de los rasgos estilísticos, los materiales empleados, etc., que no podía ser atribuido a Goya. Fue un duro golpe para el Museo del Prado, que perdía una de sus obras emblemáticas. Ya nadie se detenía ante ella: la cartela cambió; el artista ya no era Goya; ya ni siquiera el cuadro podía estar expuesto en la privilegiada zona dedicada a Goya. Y, sin embargo, hace un mes, nuevos estudios, han devuelto a este pintor  su responsabilidad sobre esta obra, la cual vuelve a presidir la estancia, ante la admiración de los visitantes.

Se ha dicho a menudo que la mejor manera de apreciar el arte es no saber nada, u olvidarse de todo lo que sabemos sobre las obras que vamos a ver o escuchar. Muchos viajeros prefieren no leer guías turísticas a fin que su percepción y aprecio del arte no esté condicionado; buscan un encuentro directo con éste.

¿Es posible?

¿Qué datos pueden alteran mi percepción? El nombre del autor y la fecha son, posiblemente, dos datos, que la historia de arte brinda (a menudo, tras muchos esfuerzos), que pueden incidir en mi apreciación.  El Coloso, sea de quien sea, no ha variado. La obra sigue siendo la misma. Pero, ¿mantiene el interés del público, lo atrae del mismo modo, y aquél espera lo mismo, si sabe que es una obra maestra de Goya o de Asensio Juliá, que casi nadie conoce. ¿Perderemos tiempo en ir a ver una obra de este oscuro artista? Y, si la contempláramos, ¿nos deslumbraría? Si nos llamara la atención, ¿no sería porque nos recordaría a "un" Goya, peses a que posiblemente, lo encontráramos inferior a cualquier pintura negra del pintor zaragozano?

Del mismo modo, una colorística efigie de Marylin, de Andy Warhol, es una cumbre del pop art, del arte moderno o contemporáneo. Los coleccionistas y los museos se arruinan para obtenerla. ¿Qué ocurre cuando descubren que es obra de Elaine Sturtevant -una artista, aún viva, mucho menos conocida? Del mismo modo, sus seguidores, ¿se alegrarían si descubrieran que, por equivocación, han pagado fortunas para acabar teniendo "un" Warhol?

Ambas "Marylines" son formalmente idénticas. Sturtevant -cuyo arte consiste en pintar como otros artistas, pintando los motivos más conocidos de éstos- logró que Warhol le cediera las planchas serigrafiadas que utilizaba (o que sus ayudantes utilizaban), así como los pigmentos empleados. Por tanto, la obra de Warhol y de Sturtevant es indistinguible. Materiales, técnicas, procedimientos son los mismos. El resultado es, necesariamente el mismo. Se dice incluso que "los" Warhol" más "warholianos" son obra de Sturtevant. ¿Son apreciados del mismo modo? Muchos coleccionistas y "entendidos" del arte, desechan "Marylines" que tienen ante los ojos o que han comprado, cuando descubren que son obra de Sturtevant. Devuelven la pintura. Ya no les interesa; ya no la disfrutan. ¿Quién se lo reprocharía?

¿Cuántas obras, de arte y de arqueología, no son del autor o  de la época inicialmente pensados? Un fetiche egipcio puede fascinar. Los críticos valoran su magia, la perfección de las formas y de su fabricación. Sin embargo, de pronto, el fetiche pierde cualquier atractivo a gracias cuando se comprueba que ha sido fabricado ayer. El conocimiento del dato sobre la autoría y la época altera nuestro juicio. Un garabato se convierte en una obra admirable o digna de ser contemplada o estudiada si se descubra que es de Leonardo; si es de un estudiante actual acaba en la papelera; de un artista renacentista anónimo o desconocido, en las reservas de un museo de donde no saldrá nunca. Pierde toda "gracia".

Esos datos incumben a la historia del arte,. Sin ellos, la interpretación de la obra, a cargo de la estética o la teoría del arte, se tambalea: es aproximada o imposible. No se sabe bien cómo abordar la obra, cómo juzgarla. Por otra parte, el mensaje que encierra necesariamente es distinto -aunque la forma sea idéntica: un artesano de hace cinco mil años no puede querer decir lo mismo que un escultor actual, incluso si pertenece a una tribu "primitiva".  Pero mi lectura de la obra tiene que tener lugar partiendo de ésta. Por tanto, tengo que ser capaz de reconocerla, de identificarla. Sino, ocurre lo mismo que cuando me dirijo a una persona equivocada, es decir a una persona que confundo con otra: el diálogo es imposible, o es absurdo: no hay comunicación posible.

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