Puesto que el patrón de los constructores cristianos se llama Tomás 8el apóstol Tomás), y que este nombre propio es un nombre común hebreo que significa, como el nombre griego de Tomás -Dídimo-, gemelo, la "gemelidad" -o la figura de los gemelos evoca imágenes complejas.
En tanto que ser doble -ya que dobles son el dúo de gemelos, indistintos, fácilmente confundibles-, Tomás, al igual que cualquier gemelo, era portador de valores inquietantes.
En la mayoría de las culturas, los verdaderos gemelos eran temidos. su nacimiento siempre pronosticaba desgracias; al menos cambio importantes en el mundo y la sociedad de los hombres. Su nacimiento desencadenaba tempestades. Pronto se convertían en profetas o héroes de quienes dependía la suerte del mundo; suerte que cambiaría, para bien o para mal, gracias a la sola presencia de unos seres extraños, que prestaban a confusión. Así, numerosos héroes civilizadores, así como fundadores de ciudades, eran gemelos. Rómulo y Remo, fundadores de Roma, son un buen ejemplo (su carácter excepcional, inquietante, se revela a través del fratricidio cometido por Rómulo).
Tomas es una figura semejante. Su hermano gemelo es Jesús, con quien mantiene un estrecho parentesco. En la literatura apócrifa, Jesús es descrito incluso como el gemelo del verdadero dios, Tomás. Eran, en todo caso, intercambiables. Por este motivo, la figura de Tomás cobraba una importancia decisiva.
La desazón que los gemelos suscitaban no provenía solo de su aspecto indiferenciado, como si de una imagen doble, fruto de una momentánea pérdida de razón en el espectador, se tratara.
Los seres dobles están familiarizados con toda clase de actos que persiguen doblar lo que tienen alrededor. Siendo así que su nombre y su apariencia doble les predestinaba a actos sorprendentes, no es de extrañar que fueran capaces, al mismo tiempo, de multiplicar y de dividir la realidad (ambos verbos, que nombran acciones antitéticas, son sinónimos del verbo doblar). Incidían también en el mundo practicando una acción peculiar: doblegando entes y personas, hasta lograr que doblen su figura: que se curven o se inclinen.
Los héroes eran de una sola pieza. No temían el destino ni los enemigos. Se enfrentaban a ellos con la cara limpia, sin esconder sus intenciones. No necesitaban recurrir a subterfugios algunos. Iban rectos al combate. El cuerpo se mantenía firme. La posición vertical -no doblada, como si quisieran pasar desapercibidos- que adoptaban no estaba exenta de connotaciones morales. Lo recto del cuerpo simbolizaba la rectitud del ánimo, unos principios que no se doblaban ante nada.
Por el contrario, los cobardes trataban de escabullirse de la contienda. Se encogían, trataban de disimular, y de retroceder. Al mismo tiempo tiempo, sus principios eran tan flexibles como su cuerpo: se adaptaban a las circunstancia. Lejos de enfrentarse con los problemas y los enemigos cara a cara, daban rodeos a fin de evitar la contienda directa. Toda clase de subterfugios les ayudaban a alcanzar sus fines, dando vueltas y más vueltas, "mareando la perdiz" hasta lograr desconcertar, confundir al enemigo.
Los cobardes -y los astutos, que compensan sus flaquezas físicas y morales, con ingenio- andan un tanto encorvados. De este modo, es más difícil verles la cara e intuir sus intenciones. Contrariamente a la rectitud del héroe, nos hallamos ante un carácter dúplice, que no duda en engañar y enredar para obtener los fines que persigue.
En Grecia, la recta se oponía a la curva. No queda claro, sin embargo, que los griegos defendieran siempre las líneas y los comportamiento rectos. Sabían que los listos, los astuciosos tienen a menudo las de ganar, sorprendiendo de manera más efectiva a los enemigos.
Los héroes manejaban la espada: un arma recta, afilada, que requiere un combate cuerpo a cuerpo. Aquélla se contraponía con el arco: arma compleja que conjuga la recta de la cuerda tensada -pero que tiene que quebrarse para ser efectiva- y la curvatura del arco. La flecha es recta, ciertamente. Pero su trayectoria es curva. Para ser proyectada hacia adelante, es necesario tensar el arco, es decir retirar la flecha hacia atrás -como si la flecha se retirara del combate, inspirando así confianza en el enemigo, que baja la guardia-, para, desde la retaguardia, lanzarla. La flecha siempre es lanzada desde lejos. La presa o el enemigo nunca la ve venir. Además, la flecha cae del cielo, después de haber dibujado un amplio arco en el cielo.
El arco era el arma de los persas, sostenían los griegos. Pero también era el atributo de los dioses gemelos (obviamente), Apolo y Ártemis, dioses de la organización del espacio, cuyas flechas indicaban la correcta orientación -aunque podían también llevar por el camino equivocado.
La curva se doblega; es dócil, dúctil; se adapta a cualquier circunstancia; no tiene prejuicios, no tiene criterios (morales). La curva es sibilina; serpentea para adaptarse mejor al terreno. No se impone sino que se amolda, como si se curvara para seguir o reseguir las formas cambiantes del mundo.
Las líneas zigzagueantes, que se doblan, se enroscan, se curvan, se adaptan bien a los seres contradictorios, dúplices, capaces de recurrir a la mentira, al engaño, para obtener lo que buscan.
Tomás era una figura semejante. Por eso, por su capacidad de adaptarse y de hacerse suyo el mundo se convirtió en el patrón de quienes modificaron el entorno no por la fuerza bruta sino con ingenio y visión de futuro.
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