lunes, 1 de marzo de 2010

ASIGNATURA TRONCAL (MAÑANAS): La historia y la estética, o la impotancia de los datos históricos y estilísticos a la hora de enjuiciar la obra de arte


De repente, el último Van Gogh


Expertos del museo del artista en Ámsterdam atribuyen "sin duda" al pintor el lienzo 'Le Blute Fin'


ISABEL FERRER - La Haya - El País, 25/02/2010, p. 41:

Los problemas de atribución son habituales en el mundo del arte, pero el cuadro de Van Gogh titulado Le Blute Fin, que apareció ayer en Holanda, era desconocido por culpa de la personalidad de su dueño. Fechado en 1886, fue comprado en 1975 por Dirk Hannema, antiguo director del museo Boymans, de Rotterdam.

Hannema estaba convencido de que tenía un tesoro; nadie le hizo caso.

A la mala fama del propietario se unió el tema, raro en la obra del genio Hannema, representante de una generación de expertos apoyados sólo en su reputación para encontrar obras maestras, cometió un error en 1937 con una tela de Johannes Vermeer, el maestro holandés del Siglo de Oro. Resultó ser falsa, y aquello hundió su prestigio. Nunca más logró convencer a los expertos de que examinaran otras piezas adquiridas para su colección particular. Denostado, el van gogh ahora recuperado languideció en el depósito de De Fundatie, la sala de arte montada con sus posesiones en el centro del país. Hasta hoy. Para sorpresa general, el museo Van Gogh de Ámsterdam ha certificado la autoría "fuera de dudas". De repente, el molino de Montmartre, el barrio parisiense de los impresionistas retratado por el pintor, es una gloria nacional. También es el primer cuadro de Van Gogh que se autentifica desde 1995 y el sexto, desde 1970.

A Hannema, que falleció en 1984, le habría gustado saber que su olfato no había fallado esta vez. Entre 1961 y 1975 compró cuatro obras en París a un marchante de arte. Le Blute Fin (de 55 x 38 centímetros) le costó unos mil euros al cambio actual. Convencido de que tenía un tesoro, lo aseguró en unos 35.000 euros de hoy. Pero nadie le creyó. "No sólo era su mala fama, aunque hay que tener en cuenta que el escándalo de Vermeer es el mayor que se recuerda en Holanda. Es que el tema escogido por Van Gogh resultaba dudoso. Tiene unas figuras muy grandes y coloristas, poco frecuentes en su trabajo", explica Louis van Tilborgh, conservador del museo Van Gogh, de Ámsterdam. Encargado de los análisis, con ayuda de infrarrojos ha visto que el lienzo tiene "una línea roja trazada por el pintor para guiarse en la perspectiva". Otras piezas certificadas también la llevan, y es conocida la dificultad del artista con la representación de los objetos en un plano. Por eso se apoyaba en una especie de guía geométrica pintada en la tela.
"Decía que los errores de sus pinturas eran compensados por los aciertos. Y esa línea roja aparece, oculta, en varias telas de la época. También hemos fechado los pigmentos. Un rojo y un verde usados en su época parisiense. Por detrás, el cuadro tiene estampado el sello de la tienda Rey et Perrot, donde compraba sus materiales", sigue Van Tilborgh. En su opinión, los métodos actuales de comprobación de la firma de un cuadro son tan rigurosos que no dejan lugar a dudas. "El empaste de Van Gogh, su pincelada, era especial. Aquí se reconoce en los personajes. En cuanto al motivo, es algo raro, pero encaja en lo que hizo en 1886. El estilo es recio. Muy suyo, como ya sabemos. Y en cuanto al paisaje urbano representado, puede tener fallos desde el punto de vista académico, pero eso sólo le añade encanto".

Para De Fundatie, el museo de Zwolle, en el centro de Holanda, que ha guardado la obra durante 35 años, la certificación es un auténtico regalo. "No es intuición. Estoy seguro de haberlo encontrado", decía el coleccionista Hannema, a cualquiera que le preguntaba por el lienzo. "Estaba tan convencido de su valía, que lo colgaba de vez en cuando. Hasta imprimió una postal. Pero no tuvo suerte. Aseguraba tener rembrandts y vermeers. Y no. Pero en esto hay que darle la razón, desde luego", admite el conservador Tilborgh.
Nombrado director del museo Boymans en 1921, a los 26 años, Hannema venía de una familia acomodada y aficionada al arte. Era bien parecido, tenía éxito y gran aplomo en su trabajo. Durante la ocupación nazi, trabajó en la organización de todos los museos de Holanda. Después de la guerra, lo juzgaron por supuesto colaboracionismo. Fue puesto en libertad sin cargos a los dos años y dedicó su vida a buscar telas valiosas. El problema es que casi nunca acertaba.
Con el tiempo, su colección pasó a convertirse en un museo particular que era mostrado al público. Al principio, hacía incluso de guía. De todos modos, apasionado de Vermeer, no mostraba con tanto entusiasmo los cuadros que creía pintados por Van Gogh. Hace cinco años, De Fundatie se instaló en su sede actual. De sus cerca de 7.000 obras, la mitad pertenece a la colección de Hannema. Para los anales del centro, queda que al menos en tres ocasiones anteriores intentaron acreditar Le Blute Fin. Tras múltiples obstáculos, sólo lograron poner junto a la tela que "se atribuía a Van Gogh". Finalmente, la fortuna les ha sonreído y lo mostrarán en toda su gloria hasta el próximo 4 de julio. En cuanto al precio en el museo de Ámsterdam no se lo ponen. Para ellos es incalculable porque es auténtico. Las casas de subastas pueden tener otra opinión si llegara a salir al mercado.

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