lunes, 25 de febrero de 2013

Obras de arte, útiles y fetiches

El nombre completo de la asignatura de Estética es: Estética y Teoría de las artes.
Existe una leve diferencia entre ambas partes del título. Mientras la Teoría del arte (o de las artes) consiste en una reflexión sobre la esencia y la función del arte y de la obra de arte, poniendo así el acento en lo que se observa o estudia, la Estética, por el contrario, se centra en el observador, y estudia cuáles son las debidas condiciones en las que el observador o espectador tiene que situarse ante un objeto dotado de significado para poder recibirlo y descifrarlo correctamente.
Por otra parte, así como la Teoría del arte se centra exclusivamente en la creación (humana), la Estética valora cómo es recibido cualquier ente significativo, ya sea artificial (fruto del obrar humano) ya sea, sobre todo, natural, partiendo del postulado, ya caduco en sociedades modernas, que existen objetos naturales que son portadores de sentido o que parecen dispuestos de tal modo que pueden librar algún mensaje o secreto.

La Estética y Teoría del Arte se enfrena a una paradoja -se debería antes mencionar que por arte se entiende un tipo de trabajo que tiene como consecuencia una obra "de" arte, mientras que ésta última consiste en un ente fruto de un trabajo manual y/o intelectivo (o intelectual).

Así como la Estética postula que cualquier ente, natural o artificial, es susceptible de ser significativo, y la Teoría de arte parte del presupuesto que existen productos humanos cuya función consiste en vehicular mensajes a través de una apariencia o forma sensible -capaz de sensibilizar a un espectador, de llamarle la atención, de fascinarlo-, forma que puede ser atractiva o repulsiva, pero que, en todo caso, no puede dejar indiferente, ambas "ciencias" -la Estética y la Teoría- estudian objetos relativamente recientes -comparados con la historia humana-, puesto que no existieron antes de la segunda mitad del siglo XVIII.

Esta afirmación puede sorprender, si se piensa en la cantidad y calidad de objetos que pueblan los museos "de arte" así como de arqueología y etnografía: conservan amplias y a veces deslumbrantes colecciones de estatuas, pinturas y textos -que son considerados no solo obras de arte, sino que son calificados de obras maestras- anteriores al Siglo de las Luces.

¿Qué ocurre, entonces?

Todas esas piezas antiguas, que consideramos obras de arte, y que tratamos como tales, es decir percibiéndolas con los sentidos, y pensando en su posible significado, al mismo tiempo que se disfrutan -o son abominadas-, no eran obras de arte: es decir, no fueron pensadas ni realizadas para cumplir con la función que atribuimos modernamente a una obra de arte: hacer sentir y pensar al mismo tiempo, ofreciendo nuevos puntos de vista, críticos, amables o duros, sobre el mundo y el ser humano.
¡Para qué fueron creadas, pues?

Todo lo que consideramos obra de arte clásica y antigua, de cualquier cultura y época anterior al siglo XVIII -al menos en Occidente- era, en verdad, ya sea un útil, ya sea un objeto mágico (un fetiche).
Es cierto que estas piezas necesitan poseer ciertas cualidades formales o sensibles que las predispusieran a ser utilizadas. Mas su finalidad no era la de provocar un inicial placer u horror. Su finalidad básica consistía, en un caso, en facilitar o educar la vida (siendo un útil, que mejoraba las condiciones de la vida, y formaba al ser humano, ayudándole en su vida diaria, y/o en su educación, transmitiéndole una serie de nociones, de valores, de conocimientos), y en el caso del objeto mágico, de permitirle incidir en la realidad a distancia, ampliando el campo de acción, y los efectos de ésta, del ser humano. En este caso, el objeto mágico sustituía a lo o a quien era representado, aludido o suplantado por el fetiche.

En ambos casos, los útiles y los fetiches no buscaban placer o desagradar, ni hacer reflexionar, sino facilitar la vida, ya sea mejorando el gesto o el conocimiento, ya sea aumentando la potencia del gesto. No era estrictamente necesario que ambos tipos de objetos fueran seductores o intrigantes. Era necesario, por el contrario, que fueran efectivos: legibles o potentes. Por tanto, cualquier elemento que pudiera distraer era repudiado: así, una apariencia excesivamente seductora o compleja de una imagen gráfica o textual, podía apartar al usuario de lo que importaba: la adquisición de normas o conocimientos útiles para la vida regulada. La forma excesivamente "formal" o cualificada iba en detrimento del contenido, de su fácil legilibilidad, de su clara comprensión.

¿Significa este comentario que la obra de arte está totalmente  deslingada de la magia? Es lo que tendremos que comentar.


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