sábado, 24 de marzo de 2012
Resumen parcial de la clase del miércoles 14 de marzo de 2012: una piedra en el camino
1.- Guijarro de Makapansgat (África del Sur): 3 000 000 años de antigüedad
2.- Piedra volcánica de Berekhat Ram (Israel), de hace unos 280000 años.
Una piedra en el camino.
Dos descubrimientos, en los años sesenta y en los ochenta del siglo pasado, han trastocado la historia de arte, siendo la causa de preguntas a las que las respuestas son difíciles, quizá incluso imposibles a fe cierta de dar.
Se trata de dos piedras, halladas en yacimientos paleontológicos, en África del Sur, y en Israel. Son objetos enigmáticas porque no pertenecen al lugar dónde han sido encontrados, y porque poseen rasgos antropomórficos, en una época en qué no los homo sapiens no habían aparecido; en un caso, incluso, solo existían los australopithecus, homínidos más que humanos. Por otra parte, se ha podido demostrar que fueron desplazados -por causas naturales o provocadas- decenas de quilómetros.
El llamado guijarro de Makapansgat es una piedra cobriza con unas marcas, seguramente naturales, que componen irresistiblemente una faz humana o humanoide.
Que fuera desplazado intencionadamente, durante decenas de quilómetros, aparece hoy como la única razón posible que dé cuenta del emplazamiento dónde fue descubierto. Un astralopitecus, de poco más de un metro treinta centímetros, con un cerebro poco más voluminosos que el de un chimpancé, y el cuerpo cubierto de pelaje, se fijó en esta piedra, la guardó y la acarreó con él o ella. ¿Por qué? Muy posiblemente porque reconociera en las marcas del canto un rostro humanoide, es decir semejante al suyo. Este astralopitecus creyó ver un rostro semejante al suyo, o creyó verse reflejado. Se proyectó en la piedra, y ésta le devolvió su imagen. Consciente de la importancia de su rostro, de sí mismo, decidió quedarse con esta piedra, llevándola, cuando se trataba de un canto que no podía tallarse. No servía para lo que servían las piedras. La única razón de ser, la única función de este guijarro, era la de ser portador de un rostro reconocible, quizá incluso de una cabeza. Es posible que este homínido se hubiera sentido próximo a la imagen , o al "ser" de o en la piedra, que lo hubiera reconocido como algo o "alguien" cercano.
Este hecho no sería extraordinario si hubiera ocurrido dos millones novecientos ochenta mil años más tarde, cuando el homo sapiens sapiens ya existía, pintaba efigies animales y algunas humanas en las cavernas y los abrigos montañeses, y esculpía figuritas femeninas. Los hombres de cavernas tenían una clara conciencia de quienes eran. Dejaban las huellas de sus manos en las paredes de las cavernas. Mas, los australopitecus eran homínidos, aún próximos a los simios, simios que quizá incluso no fueran los mismos que viven hoy en día.
La piedra volcánica de Berekhat Ram, hallada en medio del desierto, tampoco se había originado dónde los antropólogos la encontraron. Se trataba de una piedra necesariamente transportada. En ésta no aparece ningún rostro, sí un cuerpo antropomorfo. Algunos antropólogos reconocen incluso una figura femenina, ya que comparan esta piedra con estatuillas talladas, manufacturadas doscientos sesenta mil años más tarde.
Nuevamente, el yacimiento no estaba ocupado por homo sapiens sapiens, sino por homo erectus. Éstos eran más evolucionados que los australopitecus, pero es muy posible que no conocieran el lenguage, y no tuvieran aún la capacidad de producir símbolos consistentes en efigies animales y humanas. La creación de imágenes naturalistas solo se dio hace unos treinta mil años, casi cien mil años tras la aparición del homo sapiens sapiens. Por tanto, la imagen femenina que aparece en la piedra volcánica (o que "es" esta piedra) constituye, de nuevo, un problema teórico de difícil solución. Estudios muy minuciosos han revelado, por otra parte, que la forma general de esta piedra es fruto de la casualidad (la erosión), pero algunos rasgos -la articulación de la "cabeza" con el "tronco", por ejemplo- fueron tallados, posiblemente de manera intencionada. Todo parece indicar que el homo erectus quiso acentuar el parecido con un homínido semejante a él. De nuevo, esta piedra revela una posible clara conciencia del homínido de quien era, de qué aspecto tenía, y de su capacidad de verse o de proyectarse, en formas diminutas que le recordaban quién y cómo era.
Estas piedras han sido valoradas como las posibles primeras manifestaciones de la producción de "imágenes", o del encuentro con éstas, de la conciencia humana u homínida de la existencia, y de la importancia, de las imágenes, dotadas de características o "poderes" tales, que las situaban entre dos mundos, el de los homínidos y el de las formas naturales, así como entre el mundo natural o humano, y el mundo imaginario, creado o soñado por el humano. De algún modo, estas piedras existieron -y han llegado hasta nosotros- porque un "antepasado" nuestro se fijó en ellas y las consideró dignas de ser preservadas: reflejaban quien era, o le hacían ver otro mundo.
Se ha dicho a menudo que todas las obras de arte responden a unas mismas preguntas "existenciales" acerca de nuestra vida, del sentido o finalidad de ésta, cuyas respuestas, siempre fluctuantes, van desde la absurdidad hasta la trascendencia: el hombre es la "sombra de un sueño", cantaba el poeta griego Píndaro (s. V aC) -es decir, nada-, o es un dios encarnado. A estas preguntas las obras de arte han tratado y tratan de ofrecer nuevas respuestas, que tienen en cuenta, que se basan en las respuestas que obras que las preceden han ofrecido. Toda obra de arte se erige, así, en la interpretación de una obra anterior. De este modo, la interpretación o reflexión de o ante una obra de arte (esto es, la mirada estética) no se distingue de la creación, ya que toda interpretación de una obra desemboca o se manifiesta en una nueva creación.
Estas piedras del paleolítico quizá ofrezcan una posible respuesta acerca de la pregunta sobre la "primera obra", aquella que no tuvo ningún modelo que permitiera que fuera creada. Esta primera obra podría haber consistido en una forma natural en la que el hombre o el homínido habría visto seres vivos, cercanos o próximos a él, o se hubiera visto, como si estos elementos naturales hubieran sido proyecciones -o hijos- suyos. De este modo, estas piedras ya habrían sido "obras": formas naturales dotadas de "alma", vida, sentido, por quienes creyeron reconocer en ellas seres dignos de ser tratados como congéneres.
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