sábado, 8 de mayo de 2010
CLASE OPTATIVA: Resumen de la clase del martes 4 de mayo de 2010
Los humanos nunca han tenido una gran importancia en el mundo. Han padecido en comparación con las potencias sobrenaturales, incluso con los héroes y los seres del tiempo de los inicios. Los mitos griegos ni siquiera registran la creación del primer humano.
Por el contrario, los mitos mesopotámicos, que no conceden ningún valor a la humanidad -creada para cumplir con las bajas y fatigosas tareas de cultivar e irrigar los campos a fin de obtener alimentos ofrendados a los dioses-, ligan su aparición y su suerte al dios Enki, dios de los constructores.
La creación del ser humano era la astuta respuesta de Enki a una petición de An, el dios del Cielo, enfrentado a una conflictiva situación: la revuelta de los dioses ancestrales, los Apkallû (o Igigi), confinados en oquedades terrenales (simas, fosas, cuevas, etc.), cansados de laborar en beneficio de una nueva dinastía divina, encabezada por el Cielo (An), que se había asentado en las alturas. Ante este enfrentamiento, de consecuencias imprevisibles, Enki ideó y moldeó un fetiche, hecho de barro extraído de las aguas primordiales, realizó siete copias, sin duda mediante un molde, y los insertó en siete matrices primordiales creadas por la diosa-madre, la diosa de las aguas fecundas, Nammu o Ninmah, para la ocasión.
Nueve meses más tarde, nacían los siete prototipos de los distintos humanos que poblaban las ciudades y la corte mesopotámicas. Todos tenían defectos: eran tullidos, deficientes mentales o físicos, lo que dice bien poco sobre la imagen que los mesopotámicos tenían de sí mismo, o lo que revela el profundo conocimiento de la humanidad.
El-hombre-de-los-días-remotos (Umul), es decir, el que tiene ya muchos años (un anciano) o el que tiene toda una vida por delante (un bebé) era el primer humano: un recién nacido o un anciano: un ser débil, incapaz de valerse por sí mismo, en cualquier caso.
El encargo del Cielo a Enki es una prueba del talante de éste. Responde al prototipo de dios astucioso (en inglés, "trickster", un término, procedente de la mitología amerindia, que los antropólogos manejan para denominar a figuras sobrehumanas que se caracterizan más por su inteligencia que por su fuerza, y que son capaces de resolver, del modo que sea, con mano diestra o izquierda, directamente o con rodeos, cualquier incidente, porque tienen el poder de calibrar, maquinar y planear o planificar, aguardando, si hace falta, el momento oportuno. Son unos zorros.
Sin embargo Umul y sus siete hermanos, los humanos, eran obra de Enki, quien sentía cierta simpatía por sus criaturas -a las que podía defender, pero también castigar; los dioses no se sentían obligados a nada ni nadie.
Apenas creados, los humanos se multiplicaron. Crecieron hasta tal punto que el guirigay que ascendía de la tierra despertó al siempre somnoliento dios del Cielo (An): decidió cortar por lo sano -el Cielo, al contrario de Enki, no calcula bien las consecuencias de sus actos- y lanzar toda clase de calamidades en contra de los humanos -aún a costa de perder a quienes le alimentan-. Sin embargo, a cada vez, Enki se anticipa a la plaga (hambruna, sequía, epidemia) que, en nombre del Cielo, Enlil envía sobre la tierra: avisa a los humanos y les explica cómo sobrevivir (sacrificando solo a unos dioses en detrimento de otros, lo que genera suspicacias y enfrentamientos en las alturas), poniendo a cada vez, en evidencia a los causantes de los males.
Finalmente, furioso porque no logra acabar con la humanidad debido a la traición de Enki, Enlil le ordena que no se dirija más a los hombres directamente, justo antes de desencadenar un último cataclismo: un diluvio que durante cuarenta días y cuarenta noches, según el Génesis, o siete días y siete noches, según el mesopotámico Poema de Gilgamesh, disolverá el excesivo número de humanos.
El diluvio es un tema común en numerosas culturas. Quizá refleje algún cataclismo o la suma de desastres naturales -graves inundaciones causadas por lluvias excesivas, o el súbito ascenso del nivel del mar durante la fundición de los hielos al final del paleolítico- que causaron la desaparición de poblados y culturas.
Enki obedeció. No fue a ver a humano alguno. Por el contrario, habló solo al viento, el cual transportó las palabras hasta los oídos de un sacerdote fiel: Utnapishtim (llamado también Ziuszudra, el "Noé" mesopotámico: el tema del diluvio, tal como está recogido en el Génesis, deriva de mitos mesopotámicos, incorporados tardíamente en el Nuevo Testamento cuando los sacerdotes del Templo de Jerusalem, llevados prisioneros a Babilonia en el s. VII aC, entraron en contacto con las bibliotecas reales de aquella ciudad en las que numerosos mitos estaban ya codificados por escrito.
Enki ordenó al hombre sabio que construyera una arca, según unas muy precisas indicaciones, hecha a imagen de las aguas primordiales: el arca iba a ser un receptáculo de vida, cuya organización interior, con siete niveles, recordaba también los estratos del cosmos. Mandó que encerrara ejemplares de todos los seres vivientes y que, apenas cayeran las primeras gotas, cerrara y sellara con betún la escotilla y aguardara hasta que el nivel de las aguas, que iba a subir hasta tal punto que los mismos dioses se asustarían de lo que habían desencadenado, descendiera.
Así el hombre sabio procedió. Cuando, tras días durante los cuales la noche se hizo eterna y los hombres se disolvieron como terrones de azúcar, las aguas dejaron de sacudir el arca, el hombre sabio abrío la escotilla, y soltó pájaros (un cuervo, una golondrina y una paloma) hasta la que ésta no regresó, lo que era una señal de que había encontrado tierra firme donde posarse. Entonces, el hombre sabio descendió sobre la cumbre de la montaña contra la que había atracado la nave y dio gracias a los dioses.
La palabra con la que se designa la cumbre de esta particular montaña salvadora no es la palabra con la que habitualmente se designan los picos. De hecho, solo se emplea para denominar una obra de arquitectura, el zigurat, es decir, la pirámide escalonada que no puede faltar en el templo principal de cada ciudad, y que actuaba de alto basamento para una capilla divina: evitaba que la divinidad pusiera los pies en la tierra lo que habría acarreado, dado el carácter pernicioso de la tierra, la pérdida de su condición sobrenatural.
Un zigurat, entonces, es una montaña -no es solo una imagen o réplica de un monte, sino un monte verdadero-. Todas las ciudades poseen su zigurat, porque esta construcción recuerda el pico contra el que atracó el arca y permitió que la tierra fuera repoblada. De este modo, el zigurat era el perenne recuerdo de los desvelos de Enki hacia los humanos, quienes se sabían protegidos y tenían la esperanza de que, en caso de un nuevo cataclismo -los dioses son impredecibles- siempre tendrían la posibilidad de, una vez más, y gracias a Enki, de sobrevivir.
Enki, entonces, protegía a la humanidad, y la arquitectura parecía jugar un papel importante en su plan redentor. Ya había intervenido para completar y adecuar el espacio inicialmente creado por el dios del Cielo de manera desordenada o incompleta. Enki, tras la creación inicial, intervino para delimitar el espacio originario y llenar los canales de agua. Esta escena demostraba que los mesopotámicos anteponían la cultura a la naturaleza. Enki caía del lado de la cultura.
¿De qué otras acciones Enki respondía? y ¿qué significaban?
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