martes, 13 de noviembre de 2012
Clase del miércoles 31 de octubre de 2012: La caverna de Platón
Mike Kelley (1954-2012): Plato´s Cave (1985)
Érase una hondonada cuyo fondo no se distinguía. Se trataba de la mayor hondonada del mundo, que se extendía por debajo de todo el mundo; grande como el mundo.
Era casi tan alto como ancha; casi esférica. Sumida en la oscuridad. Se adentraba tanto en la tierra que, sin duda, alcanzaba el mundo infernal.
En lo más hondo se divisaba una multitud de prisioneros. No eran conscientes que lo eran. Nacían, vivían y morían siempre en el mismo sitio, en la misma posición. Tan solo podían -tan solo se les ocurría, también- mover la cabeza a derecha e izquierda.
Eran miles; o millones. Sentados, unos contra los otros, en fila. Estaban encadenados, sin que las cadenas supusieran un impedimento. No habían conocido otro estado, una condición distinta. Ni los más antiguos recordaban otra manera de vivir. Los mitos y las leyendas más antiguos describían una situación parecida. Ésta parecía consustancial con la presente condición humana. Sueños de libertad de movimiento eran inconcebibles. Ésta nunca se había dado. Los hombres vivían felices.
Sobre todo porque, ante sus ojos, se desplegaba un espectáculo fascinante: todo un mundo. Sobre la pared rocosa, ante la que se hallaban sentados, desfilaban sombras chinescas. El movimiento, la voz misma de las figuras, entretenían toda una vida. Se trataba del mayor espectáculo del mundo. No se repetían situaciones. Los humanos, prisioneros sin saberlo, disfrutaban de lo que acontecía ante ellos. su mundo era el que desplegaba ante y para sus sentidos.
Ocurrió un día que un joven - ¿quién sino?- empezó a notar las cadenas; sintió que eran cadenas; y que si las rompía podría moverse con más facilidad. De pronto se dio cuenta de su condición, de su estado. Era el único. El resto de los humanos padecían las cadenas, ciertamente. Como se padece la gravedad, por ejemplo. No se puede vivir sin ella, como era imposible vivir sin cadenas. La vida implicaba estar encadenado, atado durante toda la vida a un mismo lugar. ¿Para qué cambiar? ¿Cómo, incluso, pensar en cambiar? Los humanos estaban hechos para vivir de este modo.
El joven no aceptó estas premisas. La vida podía ser distinta. Al menos, podía intentar cambiarla, o descubrir qué ocurría si la cambiaba.
Rotas las cadenas, pudo moverse; hacerse un sitio. Giró entonces la cabeza. Descubrió, con estupefacción que todos los humanos daban la espalda a una tarima elevada, una pasarela, a cierta altura, que se extendía, por encima de sus cabezas, hasta el fin del mundo, paralelamente al muro sobre las que las sombras chinescas discurrían.
Sobre esta pasarela cuyos extremos se hundían en la oscuridad, unos titiriteros manipulaban una marionetas. Unos fuegos -unas hogueras- siempre encendidos, situados a cierta distinta unos de los otros, detrás de aquellas personas, emitían una luz viva que proyectaba las sombras de los artistas y de sus marionetas sobre la pared rocosa. Estos personajes hablaban entre ellos. El eco de sus voces reverberaba sobre los límites de la caverna. No se movían poco. Pero estaban de pie, y podían verse las caras cuando dialogaban. Desde luego, no bajaban nunca de la pasarela. Toda su vida acontecía en ella. Ésta establecía los límites del espacio acordado. Su mundo, de algún modo, se extendía en dos direcciones. No tenían otras perspectivas.
Fue entonces cuando el joven, habiendo levantado la vista para mirar bien las caras de los titiriteros, descubrió que en lo más alto de la fosa lucía un punto, un disco luminoso. Una sola estrella; algo así como un sol. No sabía si el tamaño del foco estaba determinado por su lejanía o por su diámetro. Pero decidió averiguar qué era y dónde se hallaba.
Comprobó que la pared rocosa le ofrecía suficientes salientes para agarrarse y poder ascender. La subida fue lenta, dificultosa y tenaz. Por fin, se acercó al potente foco de luz. No era una estrella, sino una obertura: la boca de la caverna. El joven se atrevió a asomarse. Y vio, tras quedar ciego por un momento, lo inimaginable. Fuera de la caverna, por encima de ella, existía una réplica del mundo cavernoso, pero luminoso, denso, un mundo en que los entes tenían consistencia, y donde la luz alcanzaba los más recónditos lugares: un mundo donde estaba al alcance de la vida, donde nada se escondía; un mundo donde podía ir y venir en libertad; un mundo al alcance de la mano. El joven quedó, literalmente, deslumbrado. La luz era demasiado poderosa. Lo alumbraba todo.
Sintió que la vida que hasta entonces había tenido era una mentira, una vida sin vida, sin consistencia; vida entre sombras, la sombra de una vida. Su mundo, el mundo que conocía, empalidecía ante la brillantez de lo que se desenvolvía en lo alto. Todas las formas tenían cuerpo; no se arrastraban, como sombras fugaces, sobre paredes; no se pegaban a las paredes como si quisieran pasar desapercibidas. Al contrario, en lo alto, las formas se ofrecían. No escondían nada. El conocimiento absoluto era posible. No había nada fuera de lo que se mostraba.
Quiso compartir su descubrimiento. No era posible que los humanos vivieran engañados toda la vida, confundiendo la realidad palpable con imágenes y sombras inaprensibles. No dudó. Asomó la cabeza en lo hondo de la caverna, descendió lo antes que pudo, y empezó a contar las maravillas que había visto, alentando a sus semejantes a ascender hacia la luz.
Mas los humanos no le creyeron. Lo tomaron por un loco. Peor, pensaron que había vuelto para perturbar la paz social, sacar las cosas de quicio, trastocar el orden. La vida se había desarrollado bien hasta ahora; ¿para qué cambiar? ¿en nombre de qué? ¿en pos de un sueño? El joven se convirtió en un peligro público. Sus profecías eran demasiado turbadoras. Se le apartó. Pero era tenaz. Arengaba, de un sitio a otro. La comunidad, finalmente, consciente de lo que se jugaba -una vida sin sobresaltos, ordenada, atenta a la tradición, a los valores inmutables-, lo apresó. El joven siguió proclamando la verdad, o lo que él decía ser la verdad: una verdad luminosa, opuesta al reino de las tinieblas.
Así que fue ejecutado.
Y todo retornó a su sitio.
El mundo siguió siendo un teatro: poblado de espectros, sombras e imágenes -ilusorias; o no.
Dan Ghaham (1942): Rock my Religion (1982-84)
Rock My Religion from Diogo Tirado on Vimeo.
Una obra de videoarte del norteamericano Dan Graham que ha marcado la generación que hoy tiene entre veinticinco y treinta años.
Considerada una pieza esencial, que muestra las relaciones entre el culto y el espectáculo, los dioses y las estrellas, los ceremoniantes y los artistas
Hattie Naylor: Ivan i el gossos (Ivan and the Dogs) (2009)
Actor: Pol López
Sala: Lliure de Gracia
Fechas: 21-25 de noviembre de 2012
Monólogo. Catalán
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