Las obras de arte tienen un cierto contenido. Son portadoras de un mensaje.
Éste se expresa o se muestra a través de unas formas materiales: formas y colores, palabras, gestos, sonidos, olores, incluso, elementos todos que se perciben sensorialmente.
Algunos artistas han querido prescindir del contenido, realizando obras exclusivamente decorativas (Matisse); otros, desdeñando las formas (el arte conceptual), mas, de inmediato ha quedado claro que las obras solo decorativas tienen un interés relativo, y cansan pronto -siendo necesarias sustituirlas por otras, más adecuadas a los nuevos tiempos, obras, por tanto efímeras, que se consumen, en todos los sentidos del verbo, se ingieren y se agotan, rápidamente, obras que duran una temporada, obras de temporada, que pronto se "pasan", pasan de moda-, y las obras absolutamente conceptuales o son ininteligibles, imperceptibles, o requieren algún vehículo de comunicación (una foto, una filmación, un escrito, un boceto, dibujo o esquema, una partitura, etc.), que acaba siendo considerado la obra de arte, y no solo el documento de ésta.
Forma y contenido, o forma e idea, son los dos componentes de una obra de arte. Dichos elementos tienen que combinarse a fin que la obra tenga unidad, sea "una" obra.
Toda vez que el arte recurre a un lenguaje plástico o alusivo (poético), el contenido de la obra se muestra cifrado, en clave, como ya hemos visto. Las formas sensibles no son una dirección plasmación del contenido. Éste, necesariamente ideal, requiere ser traducido a un lenguaje plástico o sensible. La idea inteligible, accesible por medio del intelecto o la razón, se tiene que materializar a fin de estar al alcance de la imaginación o los sentidos (unidos al intelecto, a fin de que las ideas descifradas puedan ser entendidas por el espectador: se requiere, pues, el trabajo conjunto de la mente y los sentidos para la total comprensión de una obra de arte).
Ésta es, por tanto, no una impresión de un contenido, sino un símbolo. La obra se refiere de manera indirecta, a través de una forma sensible, a su contenido. Éste necesita la mediación de la forma para llegar a ser entendido. No puede comunicarse directamente: requiere palabras o imágenes para ser descubierto. La transmisión mental no es segura, efectiva o posible, al menos entre seres humanos.
Los símbolos tienen una larga historia. Originariamente, un simbolo -o symbollon- era un disco de cerámica que se utilizaba en un determinado ritual en la Grecia antigua: un ritual doméstico. Así, cuando una familia acogía a un invitado, antes de despedirse, le entregaba una mitad de un symbollon, cuya otra mitad era guardada por la familia en cuyo seno el visitante había sido acogido. En caso de conflicto entre clanes o familias, cabía la posibilidad de buscar si cada bando poseía acaso una mitad de un símbolo. Si eso acontecía, y los fragmentos encajaban, quedaba evidente que las partes pertenecían a un mismo objeto que había sido utilizado en un ritual durante el cual se había sellado una relación de amistad -sello que atestiguaba una cohabitación en paz, al menos durante unas horas.
El símbolo servía para poner en contacto a los seres humanos, y ayudarles a dialogar. Facilitaba los encuentros, desactivaba conflictos. Sellaba, literalmente, la paz.
Mas, un símbolo solo tenía sentido, si había sido roto: el sello tenía que exhibir una fractura. Ésta no podía desaparecer; no se tenía que borrar -pues entonces ya no quedaba rastro alguno visible del acuerdo. Las partes tenían que encajar perfectamente -si no, quedaba la duda acerca del pacto establecido en el pasado-, mas la rotura tenía que ser visible. Es decir, era necesario que existiera, por mínimo o imperceptible que fuera, un cierto juego entre ambas mitades. No podían encajar tanto o tan bien que se borrara la junta, como si el símbolo no se hubiera roto nunca, como si no se hubiera utilizado.
Si la obra de arte es un símbolo, el desacuerdo, o desajuste interno tiene que producirse entre la idea o el contenido, y la forma sensible. Ésta tiene que presentar cierta resistencia a la presencia o plasmación, a la impronta del contenido, como si fuera incapaz de reflejar a la perfección, todo lo que el contenido vehicula. Es decir, la obra de arte no lograría manifestar sensiblemente todos los matices, los sobreentendidos, los significados, las alusiones del contenido. Una parte, por mínima que fuera, se perdería o se reflejaría mal.
Una obra de arte sería la traducción de un contenido. Mas, todas las traducciones son imperfectas. Las palabras tienen matices que se pierden cuando se cambia de lengua. Adquieren y pierden significados. Por tanto, un texto traducido siempre altera el significado del original.
Eso significa que ninguna traducción es perfecta. Cada traductor ofrece su punto de vista, tratando de corregir traducciones precedentes.
Cuando se traduce por vez primera un texto, ya se sabe que se trata de un ejercicio mejorable; y cuando un traductor aborda la traducción de un texto ya traducido, inevitablemente tiene que tener en cuenta traducciones anteriores, a fin de mejorarlas o matizarlas, mejoras o matices que, por otra parte, alteran inevitablemente lo que la obra original dice.
Una traducción, se dice, es una traición.
La obra de arte es un símbolo, esto es, una imperfecta traducción de un contenido. Las formas sensibles son las de una época. Hablamos, nos expresamos de una determinada manera marcada por la época. Las palabras, los giros, las expresiones, las formas están condicionas por el tiempo. Las formas sensibles son temporales: el tiempo las afecta.
Las ideas, por el contrario, son intemporales.
Se ha dicho que todas las obras de arte, reflejan unas mismas, y breves, preguntas, esenciales, ineludibles: ¿quiénes somos, de dónde venimos, adónde vamos?
Mas las respuestas a estas preguntas son casi infinitas. Cada cultura, cada época, cada artista, cada interprete ha tratado de dar cumplida respuesta, con los medios sensibles de los que se dispone en un momento dado, a estas preguntas. para eso, ha tenido también en cuenta respuestas precedentes, es decir, ha tenido en cuanta obras anteriores, a fin de tratar de responder mejor, corrigiendo respuestas precedentes, enfrentándose a, dialogando con, refiriéndose a obras del pasado.
Eso significa que toda respuesta es siempre parcial. Las ideas nunca podrán ser expresadas con total transparencia. Las preguntas nunca hallaran una cumplida respuesta. El misterio siempre seguirá. La vida seguirá siendo un enigma.
Pero el deseo de hallar respuestas convincentes, adaptadas a una época, tampoco se extinguirá. El arte, así, sería una manera de combatir, con humor o trascendencia, a través de comedias o tragedias, la angustia que la vida engendra.
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